sábado, 17 de enero de 2015

El bigote

—Soy la reencarnación del bigote de Dalí, cariño, igual que Dalí era la reencarnación de su hermano mayor.
—¿Ya has bebido?
—No, todo yo soy un bigote, ¿no lo ves? Y no un bigote cualquiera, sino un bigote artístico, surreal.
—No te las des de importante, tu bigote es bastante corriente.
—Eso es porque eres una descreída, mujer. Lo he comprendido todo antes, frente al espejo, cuando me disponía a afeitarme. Este bigote ha venido al mundo para traer esperanza a los hombres, me dije. Esperanza artística. Así que decidí que no podía afeitarme, puesto que se trataría de un bigoticidio de la peor clase. Mi bigote ha de ser un faro que guíe a la humanidad a una nueva edad de oro.
—Es la peor excusa que me has dado para no afeitarte, sin duda.
—¿No lo entiendes? Este bigote no puede limitarse a la estrechez de mi cara, no puedo guardármelo para mí solo, ¡este bigote ha de abrirse al mundo! Extenderse por los cinco continentes, el bigote sempiterno. ¡Abrid paso al bigote, oh, poderosos, y temblad!

1 comentario:

Microalgo dijo...

Solo si se afeita el bigote su imagen (la del bigote, digo) quedará estática e inmutable en el tiempo, prístina, como el Che Guevara de los bigotes.