martes, 14 de octubre de 2014

Nueva tarde con Teresa

La reconocería en cualquier parte, me digo cuando la veo bajar del autobús junto al resto de turistas, pero quizá los ojos me engañan. O la cabeza. Ya no tengo edad para recibir el sol rondeño sin sombrero y quizá por eso ahora veo fantasmas del pasado; aunque Teresa nunca formó parte realmente de mi pasado: fue sólo un breve momento onírico, un instante de posibilidad en aquel leve aperturismo que apenas notábamos y en el que al final muy poco cambió.
Durante unos minutos, vacilo. Se me ocurre que sería buena idea acercarme a ella como si no hubieran transcurrido cincuenta años y decirle: «¿No te acuerdas de mí? Soy Manolo». Pero cuántos Manolos habrán pasado por su vida; y mucho más significativos que yo, seguro. Supongo que se esforzaría por olvidar aquella etapa, para ella tan idiota, en la que se relacionó con un rufián del Carmelo. No, sería embarazoso para Teresa recordarle que una vez existí en su vida y esa incomodidad me traería un dolor que yo también me he esforzado en olvidar.
El resto de ancianos del autobús se asoma al Tajo con emoción contenida, pero ella no parece muy impresionada, está más pendiente del teléfono móvil. Me figuro que habrá viajado por el mundo en primera clase. Habrá visto las pirámides y cosas así. Qué puede decirle una hendidura en mitad de una pequeña ciudad malagueña.
Quizá sea viuda, fantaseo. Y me imagino en el acto robando una moto y llevándola al campo. Pero para qué. ¿Para tocarla con dedos marchitos? Hace mucho que ese fuego se ha apagado. Tan sólo podría hablar con ella, contarle mis sueños y esperanzas de entonces, cuando creía que a mi alcance podría estar ese mundo mejor que representaba ella. Todo lo que podría haber sido. Pero sería una tontería, qué sentido tiene ponerse ahora a reclamar lo que ya nunca podremos tener. Creo que, en el mejor de los casos, nos pondríamos al día y poco más. Ella me hablaría quizá de su marido, hijos y nietos y de una burguesía barcelonesa que para mí existe en otro mundo. Yo le contaría que me volví a Ronda no mucho después de salir de la cárcel, que me cansé de ser siempre el charnego y que aquí me fue más o menos bien. Trabajé de camarero, me casé con la Lola, puse un bar, nada fuera del guión, aunque eso fue siempre lo que quise yo: salirme del guión que otros habían escrito para mí sin pedirme mi opinión. Ella me miraría con aquellos ojos que se parecían a los de mi Teresa, pero que realmente no eran ya los mismos, ahora que la experiencia había dibujado en ellos, y tampoco podría entenderme después de tantos años, más sabia, pues lo mejor que hizo ella con su vida fue volver al guión que unas estructuras de poder inamovibles habían determinado para todos nosotros.

Publicado en La guasa de la memoria.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Este es de antología.