sábado, 7 de junio de 2014

Un artista de la palabra

Otros tenían a Houdini, pero nosotros teníamos en el Gran Teatro de Oklahoma a Josef K, que siempre dejaba en éxtasis al público con sus espectáculos literarios. Un artista de la palabra, lo llamaban. Esto despertaba algunas envidias en el resto del elenco, claro, sobre todo en el lanzador de cuchillos, que había perdido su estatus de estrella y le dedicaba siempre miradas torvas. K, quizá para mantener ese aire de misterio tan beneficioso para el negocio, era muy reservado y nunca hablaba de su vida anterior a unirse a la compañía. Algunos decían que era un refugiado, un exiliado buscado en Europa por algún oscuro crimen, pero seguramente eran calumnias lanzadas por sus enemigos. Siempre tuvo mala salud: le acompañaba una tos persistente que algunos tomaban por tuberculosis; él siempre negaba esto con una sonrisa y bromeaba con la idea de que era por una puñalada en el pulmón mal curada. La noche anterior a su desaparición, me lo encontré dormido junto a la jaula de la pantera. Murmuraba entre sueños algo que parecía alemán y, llevado por la curiosidad, busqué a Fritz, el forzudo, para que me lo tradujera. Al parecer, repetía sin descanso: como un perro, como un perro.

Publicado en el número 15 de Obituario

1 comentario:

Microalgo dijo...

Nunca fue sano enemistarse con el lanzador de cuchillos.