lunes, 6 de mayo de 2013

En la estación de trenes

—Hola, quiero un billete.
—¿Para?
—Para viajar.
—Ya, pero dónde quiere ir.
—Ah, ¿se puede elegir?
—Claro. A ver si se cree que aquí nos dedicamos a deportar a la gente. Ni que fuéramos nazis.
—Entiendo. ¿Cuáles son mis opciones? ¿Puedo ir a América?
—Trenes transatlánticos todavía no tenemos, caballero. Quizá algún día.
—Vaya. Pues me interesaba visitar Nueva York. Y Boston.
—Muy loable, pero en tren no se puede. Al menos, desde este lado del océano.
—Me cuesta entender que se haya descuidado este sector del mercado. Seguro que hay miles de ciudadanos con mis mismas inquietudes viajeras. ¿Quién no querría ver el Gran Cañón del Colorado en tren?
—Seguro que se pueden tomar trenes en Colorado, caballero.
—Ya, pero hay que desplazarse hasta allí en avión, con lo caro que es. El tren, en cambio, ofrece un precio más asequible, además de un romanticismo que no tienen otros medios de transporte. Piense en el Transiberiano, por ejemplo.
—Tampoco vendemos billetes para ese tren aquí.
—Pues muy mal. Tendría que haber una línea ferroviaria mundial, un tren que recorriera el planeta sin límites, sin fin, sin pausa. Bueno, con pausa sí, que habría que apearse en las paradas. Pero piense en los paisajes exóticos que se contemplarían desde sus asientos. La tundra siberiana. Las ballenas en el Pacífico. Los Andes. El desierto del Sáhara. Las selvas de Tailandia. Y todo en un viaje interminable sentado cómodamente en el vagón restaurante.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Señor, hay una cola de quince personas detrás de Usted. Y ése que da saltitos tiene prisa, que su tren sale en diez minutos.

Un poco de prosa, por favor, Señor...