lunes, 10 de mayo de 2010

De la vida

Un escenario en mitad de la nada y un hombre subido a él.
—He amado hasta donde me han dejado. Hasta esta línea dibujada con tiza en el suelo. Luego ya no ha habido tiempo ni espacio para nada más.
Entra una mujer.
—Yo, que tantos corazones he roto por la noche —dice ella—. Los arrojaba al suelo y se rompían en mil pedazos. Sonaban como gotas de lluvia contra la ventana.
Entra el verdugo.
—Han pasado tantas vidas por mis manos —declama el verdugo—. Y las apagué como se apagan velas con los dedos. Pero era necesario. Era necesario poner punto final a tantas páginas emborronadas de desatinos. La vida ha de ser algo ordenado, con una trama que se pueda seguir fácilmente. No a la existencia entendida como literatura anarquista. No a un caos de días y noches sin objeto.
Entra la muerte.
—He abrazado a tantos —explica con calma—. Hay sitio en mis brazos para todos. Para todos tengo una mirada, como muy bien dijera Pavese. Soy la madre amantísima del mundo.
Entra Dios.
—Yo sólo existo en la imaginación y no tengo nada que decir —confiesa.
Cae el telón.

No hay comentarios: