martes, 8 de septiembre de 2009

El concierto

—Tenemos una mujer a la que el diablo se le mete en el cuerpo y canta en lenguas muertas.
El público aplaude. Yo me acuerdo del Decamerón y lo de meter el diablo en el infierno, pero yo a esta señora no se lo metería, que las mujeres que se parecen a Mussolini y gesticulan como Hitler nunca me han parecido atractivas.
—Tenemos dos bailarinas que no son rusas, pero lo serían si hubieran nacido en ese país.
Más aplausos. Una bailarina es muy bonita; si ella quisiera, le dedicaría los poemas que ya no escribo. Ella bailaría para mí hasta el final del amor, que diría Leonard Cohen. Lo único que no me agrada del todo es que hiperventila en todo momento, y a mí sólo me gusta que hagan eso en la cama.
—Llegado directamente del pandemónium, tenemos un señor británico que hace spoken word que revuelve las conciencias durante siete minutos y medio.
Reverencia del ajado inglés, que recibe la ovación del público. Quizá ahí esté mi futuro, aunque yo más bien me imagino asaltando a los transeúntes para contarles que he visto las puertas de la percepción abiertas y dentro no había nada.

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