viernes, 31 de julio de 2009

El nudo gordiano

Tengo un nudo en la garganta, dijo el senescal. El rey, que soñaba con emular a Alejandro Magno, ordenó que lo decapitaran.

jueves, 30 de julio de 2009

Arte moderno

Beduina García es una reputada artista que se solaza en su coqueto ático de la Quinta Avenida de Almería. Se pasea en bata con un Martini en la mano cuando suena el timbre de la puerta.
—Hola, soy el electricista —dice el rudo hombretón que se encuentra Beduina al abrir.
—¿Cómo que el electricista? Yo había pedido un eclecticista.
—¿Y eso qué es?
—Es un chiste. Ya sabes, no me funciona la luz ecléctica.
—Señorita, no entiendo nada.
—Bueno, arréglame un enchufe.
Con movimientos lánguidos, sigue paseando por la habitación. El electricista se muestra más lleno de energía, que eso del enchufe le ha sonado a porno.
—Ese es el enchufe. No da corriente —dice ella.
—Mierda —masculla el electricista—. ¿Seguro que es éste?
—Sí. Aunque podrías echarle un vistazo al resto de la instalación eléctrica, ya que estás aquí.
—O a la ecléctica —responde él con una sonrisa. Ella no dice nada.
Busca en su caja de herramientas, pero le distrae la visión de una escultura que hay en un rincón. Parece un pollo asado montando en bicicleta. El electricista siente miedo, aunque no sabría decir por qué.
—Señorita, ¿qué es eso? —pregunta con voz temblorosa.
—Es el hombre, que se enfrenta a la vida moderna.
—Debería pedir que le devolvieran el dinero.
—Oye, estás hablando de una obra mía —dice ella, ligeramente enfadada.
—¿Es usted artista?
—Sí. Tengo el arte en las arterias.
—Será en las venas.
—No. En las arterias. No hay arte en «venas»; en «arterias», sí. Arte-rias. Hay que ser coherente.
El electricista no contesta, supone que es otro chiste ecléctico y no quiere parecer un iletrado.
Un rato después, le comunica que ya está arreglado el enchufe. Ella da palmas de alegría y saltitos que dejan ver que no lleva nada bajo la bata. El electricista siente que una erección intenta atravesar su recio mono de trabajo.
—Menos mal que ya funciona —dice ella—. Luego va a venir mi médico a aplicarme pequeñas descargas a intervalos regulares en los pezones. Es mejor que el yoga. Ya lo decía Tesla.
—¿Quién?
—¿Y tú eres electricista? ¿No te han enseñado nada en la Facultad de Electricidad?
—Yo es que hice un módulo, señorita.
—Un módulo lunar, que estás en la luna.
—Oiga, sin faltar.
—Luces te faltan a ti. Eh, un electricista de pocas luces, tengo que apuntar eso. Se van a tronchar mis amigos cuando lo cuente.
El electricista decide que no hay eclecticismo que valga y que estas humillaciones están de más. Además, llevan toda la tarde poniéndole cachondo sin motivo aparente. Hecho una furia, le dice a Beduina que él no es un animal como el pollo ese montado en bicicleta. Ella le mira como si le viera por primera vez y responde:
—Es verdad, he sido injusta contigo. Y he sido injusta con mi obra, que es lo peor.
—¿Cómo dice?
—Sí, ahora lo entiendo todo. Tú eres el pollo muerto y asado en un horno de leña que luego intenta subirse a una bicicleta.
—¿Qué?
—No se te puede pedir que hagas bien algo que te es imposible. Dios, acabo de descubrir que soy todavía mejor artista de lo que creía. Tengo que llamar a mi psicoanalista.
Coge su bolso y le paga dándole de nuevo las gracias por ayudarla a ver la luz (y se ríe cuando dice esto). Luego corre a su dormitorio a telefonear. El electricista se sienta en el sofá, sin entender nada. Admirando el paisaje de la ciudad silente, se masturba con calma.

miércoles, 29 de julio de 2009

De difuntos

—Quiero hablar con mi difunto tío —dice el señor Kausch.
Madame Retourner se ajusta el escote y le pide a Aznavour, su criado, que le traiga el Libro de los Muertos. Aznavour vuelve al rato con una voluminosa guía telefónica que le entrega a la médium. Ésta saca un teléfono de debajo de la mesa y marca el número en cuestión. Pone el «manos libres» para que el señor Kausch pueda participar en la conversación. Suena la voz de una niña:
—Mamá, tengo frío.
—Tu madre no está aquí, niña. Dile a tu padre que se ponga —contesta Madame Retourner.
—Pero tengo frío.
—Pues coge una manta.
Silencio. Se escuchan pasos. Una voz varonil:
—¿Sí? ¿Quién es?
—Tío Herbert, soy Klaus —dice el señor Kausch.
—Hola, Klaus. ¿Ya te has hecho un hombre de provecho?
—En eso estoy. Mira, estoy aquí con una médium.
—Tú siempre con malas compañías. No me dirás que crees en esas supercherías, espero.
—Dejemos eso. Te llamaba porque necesito tu ayuda. He heredado la casa familiar, pero no encuentro las joyas por ninguna parte. Me preguntaba si no tendrías un mapa que revele dónde están ocultas.
—Ah. Lo tenía, sí.
—¿Lo tenías?
—Sí, pero se lo comió el perro —suspira el difunto.
—¡Que se ponga el perro! —grita el señor Kausch, preso de los nervios.
De nuevo, silencio. Luego se escuchan unos ladridos aterradores, aullidos de ultratumba. Es Toby, el perro de la familia. El señor Kausch cuelga el teléfono.

martes, 28 de julio de 2009

Mujeres y literatura

Me levanto de la cama escribiendo versos a la manera de Fonollosa: nunca la encontré, fue de otros, blablablá. Creo que era Hegel quien decía que el arte sirve en cierta forma para neutralizar el dolor, pero no estoy seguro. Se acaba julio, escribo hasta volverme loco, nunca me había presentado a tantos concursos (que no ganaré). No sabría decir por qué hago todo esto. Por el gesto estético, supongo, como los mensajes que se mandan a deshoras a chicas que los leen con desinterés. Como todo. Yo bebo por el gesto estético, le dije el otro día a la chica de peinado hitleriano (siempre me acuerdo de una canción de Radiohead cuando la veo). Siempre hay alguna chica guapa en la que pensar, aunque me he pasado la vida entera escribiendo para las mujeres de otros.

lunes, 27 de julio de 2009

El huevo del cuco

Una chica embarazada llama a una puerta. Abre un hombre.
—Hola —dice ella—. ¿Me dejas pasar? Soy María.
—¿Nos conocemos?
—No, pero voy a tener un hijo contigo.
—¿Cómo dices?
—Pues eso, que vamos a cuidar juntos a este niño —contesta ella tocándose la barriga.
—¿Y eso por qué?
—Porque es la voluntad del Señor.
—¿Qué señor? ¿Mi casero?
—Dios. Me lo anunció Ángel.
—¿Un ángel?
—No, un amigo que se llama Ángel. Estuvo en mi casa un par de veces y me dijo que tú serías el padre de mi hijo.
—¿Eso te dijo?
—Sí. Dice que eres un buen hombre, un santo.
—Pero ese niño tendrá un padre, ¿por qué no puede encargarse él? ¿O no sabes quién es el padre?
—El padre es Dios y está muy ocupado. Quiere que lo cuides tú. Hágase su voluntad así en el Cielo como en la Tierra.
—No me convence del todo, pero supongo que no puedo dejarte en la calle. Pasa.
—Gracias.
—Ese novio tuyo es un irresponsable. Te preña y luego se desentiende.
—Bueno, no me preñó él, sino una paloma en su nombre. Se posó en el alféizar de mi ventana y me fecundó.
—Acabáramos.

domingo, 26 de julio de 2009

La insaciable babosa española

—Estoy enamorado de la cadencia de tus pasos; cuando andas es como si te movieras al son de una música que sólo escuchas tú —dice él.
—No deberías beber tanto —contesta ella.
—No puedo evitarlo, yo bebo para olvidar.
—¿Para olvidar qué?
—No lo recuerdo, ¿no ves que estoy borracho?
—Si al menos volvieras a escribir —suspira ella.
—Lo haré pronto, estoy lleno de proyectos.
—Siempre dices eso.
—La poesía es un arma cargada de futuro, no de presente —aduce él.
—Bah, sólo tienes sarcasmo y locura.
—Sí, voy a fundar un club o una religión. El Movimiento de los Jóvenes Negros, que estará formado por blancos de mediana edad.
—Ya está bien, no te tomas en serio nada.
—Voy a escribir una novela. Se va a llamar La insaciable babosa española. Las palabras negras sobre el papel blanco serán surcos en la piel, arrugas de tantos sinsabores y penas que quedan marcadas para siempre, que es lo que dura una vida.
—¿Y eso qué tiene que ver con las babosas?
—Que se arrastran, yo qué sé. ¿Cómo le puedes pedir coherencia a un borracho? Se supone que eres tú la que tiene que aportar el sentido común aquí.
—Me vas a volver loca un día de estos y no en el buen sentido.
—Lo sé. Pero yo te quiero, nena. A veces te miro y me parece que yo también escucho la música.
—Te salvas por los cumplidos exagerados.

sábado, 25 de julio de 2009

Mala prensa

—Dice Melina que estás enamorado de mí.
—Melina es una traidora.
—Yo digo que estás enamorado de mí, de la vecina del quinto, de la panadera, de la costurera, de una que pasó un día por la calle San Miguel...

viernes, 24 de julio de 2009

Fe

—Piénsalo bien: el judaísmo era una religión de pastores. El cristianismo, de pescadores. El islam, de camelleros.
—Sí, pero me parece un poco estúpido fundar una religión de ferroviarios.
—O de taxistas. O autobuseros. «Te conducimos por el camino recto». Podríamos hacerla de medios de transporte en general. «Con nosotros sí irás al cielo». En avión, claro.
—No sé, la gente prefiere creer en cosas intangibles. La realidad les parece aburrida. ¿Qué gracia tienen cosas auténticas?
—Nosotros también fabularíamos. Dios podría ser un fogonero que se acostó con una chica llamada Mercedes Benz y de la unión nació un piloto de aerolíneas comerciales que se estrelló por nuestros pecados y para que viajáramos cómodamente.
—El Espíritu Santo podría ser una avioneta.
—O un B-52 que bombardeó a Mercedes Benz hasta que se quedó embarazada.
—Hombre, eso quizá sería demasiado absurdo.
—Te recuerdo que estamos hablando de religión.
—Bueno, supongo que el B-52 también podría bombardear a los apóstoles.
—Para que prediquen la Palabra por el mundo.

jueves, 23 de julio de 2009

Momentos

La vida dura lo que tarda en esfumarse un momento. Hace un año estaba en la cama con esta chica, saboreando su cuerpo y haciéndole todo lo que me apetecía. Ahora estamos hablando en un bar y todo eso parece algo de otra vida o un sueño desvaído. «Soñé que te tuve cinco días, ¿sabes?», me dan ganas de decirle, pero no lo hago. Hablamos de cine, de música. Fanny Ardant, PJ Harvey. Todo normal y civilizado. Me pasaría la vida entera mirándola y otros lugares comunes frecuentados por enamorados condenados al romanticismo más cursi. Pero la verdad es que no puedo dejar de mirarla. Lo sé —pienso—, debería olvidarme de ti y buscarme una chica que quisiera estas palabras, pero ninguna otra tiene tu voz o tu risa, tus ojos o tu boca. «Ni mis tetas o mi culo, claro», añadiría ella con tono burlón si supiera que estoy pensando todo esto.

miércoles, 22 de julio de 2009

La bula

El Papa Camilo VI tiene Alzheimer, pero no recuerda dónde. Piensa que seguramente está en algún cajón, pero el Vaticano es tan grande... El camarlengo nunca le ayuda a buscarlo. Tampoco los cardenales. Ni siquiera un monaguillo. Él sin embargo no desiste y pregunta a las autoridades extranjeras que vienen al Vaticano si han visto su Alzheimer por ahí. Todos le contestan que no, Su Santidad, pero no se altere, que no es bueno para su salud. El Papa está un poco cansado de que no le hagan caso y se pregunta si no será todo cosa del diablo.

martes, 21 de julio de 2009

Desencuentros

—Ya no me llamas.
Él la mira. Quién será esta loca, se pregunta, pero no lo dice en voz alta, no quiere herir sus sentimientos. En vez de eso, intenta ser delicado y usa el humor para decirle que no recuerda su nombre:
—Es que no sé cómo llamarte.
—Pues por teléfono, claro —contesta ella meneando graciosamente la cabeza.

lunes, 20 de julio de 2009

Telefonía móvil

—Me gustaron mucho tus mensajes. Aunque siempre creo que te equivocas y se los mandas sin querer a la primera de la lista, que suelo ser yo.
—No, todavía no me ha pasado.
—¿Me lo dirás cuando te pase?
—Depende. Si te gusta el mensaje, no.

domingo, 19 de julio de 2009

Matices

Alfredo bebe ron frente al televisor. Pronto se irá a la cama. Entonces entra un tipo por la puerta. ¿Quién eres?, pregunta Alfredo. Soy tu conciencia, dice el hombre. Alfredo desconfía. Es cierto que esa cara le resulta familiar, pero le parece que es todo un truco para robar; un truco bastante cutre, además. Sonríe siguiéndole el juego mientras intenta recordar dónde ha dejado la pistola. Si no bebieras tanto, le dice el hombre como si le leyera la mente. No, no me mires así, añade, ya te he dicho que soy tu conciencia. ¿Y para qué has venido?, pregunta Alfredo. Para hacerte reflexionar, responde la conciencia. Alfredo sonríe porque recuerda que ha dejado la pistola bajo un cojín del sofá. La coge y dispara cuatro veces contra su conciencia, que muere sobre la alfombra persa. Enrolla la alfombra con el cadáver dentro como si se tratara de Cleopatra y la deposita en el maletero del coche. Conduce hasta el bosque. Allí cava una fosa y deja el cadáver en su interior. Entonces aparece otro hombre. Alfredo le encañona, el tipo levanta las manos y dice: no dispares, soy tu remordimiento. Pensaba que eso formaba parte de la conciencia, dice Alfredo. La vida está llena de matices, responde el remordimiento. Alfredo, que no tiene ganas de discutir, dispara contra él y lo mata. Tira el cuerpo a la fosa y empieza a taparla. Entonces aparece un tercer hombre, que grita: Detente, insensato, soy el sentimiento de culpa judeocristiano. Alfredo dispara también contra él y otro muerto al agujero. Al poco se presenta un cuarto personaje, que dice ser el propósito de enmienda, y Alfredo tiene que repetir el procedimiento de matarlo y meterlo en la fosa, que empieza a quedársele pequeña. Cava un poco más para hacer sitio. De la nada surge un quinto hombre, éste afirmando ser ese residuo de ingenuidad infantil que todos tenemos. Más disparos. A los quince cadáveres, aparece la Guardia Civil.

sábado, 18 de julio de 2009

Dolencias

—Tiene usted metástasis de amor —anuncia el doctor.
—¿Cómo es eso?
—Mire la radiografía. El amor se le ha extendido a estómago, pulmones, cerebro...
—Por eso no como, me paso el día suspirando y no duermo.
—Sí, eso es.
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Quimioterapia? ¿Radioterapia?
—Depende. Primero hay que determinar el origen de la enfermedad. Es decir, quién es la causante.
—Creo que mi vecina. El otro día llevaba una blusa muy escotada.
—Bien. ¿Qué hizo ella para que se enamorara usted? ¿De qué hablaron?
—De nada, simplemente me crucé con ella en el rellano y quedé extasiado. ¿He mencionado que es muy tetuda?
—Le parecerá bonito enamorarse de unas tetas.
—Doctor, cada uno se enamora como puede.

viernes, 17 de julio de 2009

Las leyes de la atracción

—Bah, si me pretendes es que no soy tan mala.
—Sí, algo parecido dicen de la droga los camellos.

jueves, 16 de julio de 2009

Madame Nostalgia

«Madame Nostalgia», decía el anuncio en el periódico. Él se encontraba bastante melancólico aquella tarde, así que decidió llamar, que quizá una prostituta supiera levantarle el ánimo. Le atendió una señorita que le preguntó cómo quería a la chica. Poco hecha, estuvo a punto de decir, pero se contuvo y la pidió un tanto rubia, delgada, no muy alta, ojos verdes, buen culo y un largo etcétera.
Una hora después, llamaron a la puerta. Era ella. La puta. Llevaba puesto un vestido celeste, como había pedido él. Cómo se saluda a una prostituta que llega a tu casa, se preguntó. ¿Le das la mano? ¿Dos besos? ¿Un beso en los labios? Ella solventó el problema abrazándole como si fueran dos viejos amigos que vuelven a verse después de mucho tiempo. Pasaron al salón. Qué bonita casa tienes, dijo ella. Gracias, contestó él, acabo de redecorarla. Pues te ha quedado muy bien, dijo la chica sentándose en el sofá y mostrando kilómetros de piernas. Él se sentó a su lado, un tanto nervioso.
Cuánto tiempo, ¿verdad?, dijo ella. Él la miró sin entender qué quería decir. No te hagas el tonto, se rió ella, soy la chica de tus sueños. ¿La chica de mis sueños? Claro, hombre; hoy te encontrabas nostálgico, así que nos has llamado a nosotros y no has pedido una chica sin más, sino que has descrito a la chica en la que estabas pensando: la que te rompió el corazón, supongo. Hoy querías acostarte con ella. Es verdad, dijo él, estaba pensando en Amanda. Eso es, cariño, hoy soy Amanda para ti. A él se le llenan los ojos de lágrimas y le pregunta qué es de su vida. Ella sonríe y contesta que nada, lo normal. La vida, que derriba sueños. Se casó, tuvo hijos. Pero a menudo piensa en él.

miércoles, 15 de julio de 2009

Lo sempiterno

—Yo también fui una puta muerta adolescente —dice la profesora Alfaomega a los alumnos de espiritismo, que atienden con atención y otras redundancias.
—¿Y estaba bien pagado? —pregunta el listillo de la clase.
—Cuidado, en esa curva me maté —dice de pronto la chica de la curva.
Los chavales reaccionan como un sólo individuo y dan un volantazo a sus pupitres, evitando de ese modo caer por el barranco que hay junto a la pizarra.
Luego entra en el aula el director de la escuela, que es la Muerte disfrazada de Sean Connery, y con marcado acento escocés pide una ouija con vodka al barman de la clase. El barman se parece a Maurice Chevalier, pero es Houdini después de una cura de mesmerismo. Tras escapar del saco en el que estaba encadenado, le sirve al falso Connery, que alza su ouija y reta a un alumno a contactar con el espíritu de una de sus vidas anteriores.
—¿Pero y si soy nuevo? —pregunta el alumno.
—No lo eres, tú ya has vivido antes, yo entiendo de esto —responde la Muerte escocesa.
El chaval deposita la ouija en su pupitre y comienza el acto de invocación de los difuntos. Abracadabra, musita. Hocus pocus, susurra. Beckenbauer, murmura. Pronto el vaso con vodka se desliza por el tablero formando palabras.
—¿Quién perturba mi descanso? —dice el muerto.
Ground control to Major Tom —canturrea el alumno, pero se detiene al advertir la mirada amenazante de Sean Connery—. Hola, soy tú en otra reencarnación.
—Eso no es posible, no soy hindú.
—Créetelo, te llamo desde la escuela de espiritismo.
—¿Pero cómo va a ser posible hablar con las distintas encarnaciones de uno mismo? Eso es brujería. O peor: narcisismo.
—No tengas miedo, vengo en son de paz —dice el alumno, que ha comprendido que una mente primitiva no está preparada para entender que la comunicación entre la vida y la muerte es posible a través de un vaso y un tablero.
Pero ya es tarde, el muerto ha colgado. El vaso permanece inerte sobre el tablero, ya no lo mueven dedos fantasmales. El alumno comprende de súbito que ha suspendido. Sean Connery se acerca a él y cada paso retumba en la habitación, creando ondas en la superficie del vodka.

martes, 14 de julio de 2009

Quién necesita vivir cuando puedes soñar

Respirar es una actividad agotadora, no hay descanso: inspirar y espirar, una y otra vez, una y otra vez, siempre a buen ritmo, siempre. Bah. He vuelto a los viejos caminos olvidados donde perdí la vida en cuestiones sin importancia. O algo así, qué más da. Por la ventana veo la horca. Mañana me colgarán. O quizá no sea mañana, llevo fatal la cuenta del tiempo.

lunes, 13 de julio de 2009

A pie de página

Sí, tú serías un leitmotiv muy bonito para una vida, pero aquí sólo hay silencio.

domingo, 12 de julio de 2009

Extraños en un tren

Voy en tren leyendo tranquilamente cuando sube una chica guapísima que se sienta frente a mí. Bueno, no exactamente frente a mí, yo estoy sentado junto a la puerta y estoy a unos cuantos metros de la chica, pero desde aquí se la puede ver muy bien. Qué guapa es, así da gusto viajar en tren, aunque no haya quien lea. Va hablando con el novio o sucedáneo, al que sólo veo la espalda desde aquí y ya me parece demasiado. Lo que estoy leyendo es interesante, pero la chica está bastante mejor. Como ya he determinado que es guapa, empiezo a mirarle las piernas aprovechando que lleva una falda muy corta. Bonitas piernas. Hace un rato que simulo estar leyendo, soy un voyeur ilustrado. Si fuera fea, Míchel, no estudiarías sus piernas con tanta atención. Es verdad, lo admito, pero un rostro bonito es una invitación a explorar el resto: «vale, ya sabemos que eres preciosa, veamos ahora lo demás». Sé que es un argumento muy endeble, pero ahora mismo es el mejor que tengo. Además, ¿es que no has visto a la chica?
La chica separa un poco las piernas. Bragas verdes. ¿Se te ocurre algo mejor que la ropa interior femenina, Míchel? Alguna cosa se me ocurre, tengo mucha imaginación. Ya, lo que pasa es que eres un pervertido y estás pensando en guarradas. Oye, ¿pero con quién te crees que estás hablando? Conmigo mismo, supongo. Vale, vale, touché.
El tren gira a la izquierda y un rayo de sol ilumina brevemente la entrepierna de la chica. Quizá sean azules.

sábado, 11 de julio de 2009

La pereza metafísica

—Marta, no me voy a levantar de la cama hoy.
—¿Y eso?
—Estoy muerto.
—No exageres tanto, has tenido toda la noche para descansar.
—No me entiendes, digo que estoy muerto en sentido literal.
—Pues yo te veo hablando y respirando.
—Eso es un engaño de los sentidos, ¿no has leído a Descartes?
—No digas tonterías; lo que pasa es que no quieres ir a trabajar, pero a mí no me la das con queso.
—Los muertos no mienten, cariño.
—Voy a llamar al médico, no te vas a librar tan fácilmente.
Marta llama al médico de la familia, que acude inmediatamente acompañado de una enfermera.
—¿Qué es eso de que Miguel ha muerto? —pregunta el doctor.
—Eso dice él —contesta Marta.
El médico ausculta a Miguel y le hace decir treinta y tres.
—¿Ve, doctor? —interviene Marta—. ¿Un muerto diría treinta y tres?
—Eso lo decidiré yo, que soy el médico. Apunta, Virtudes: el difunto goza de buena salud.
Luego conecta unos electrodos en los pezones de Miguel y aplica pequeñas descargas a intervalos regulares.
—Sólo para ver cómo responde —explica.
—¿Y bien, doctor? —pregunta Marta cuando finaliza el examen.
—Pues yo diría que está vivo, pero quizá un genio maligno está falseando los resultados de las pruebas. ¿No ha leído usted a Descartes?
—Me están enfadando con tanto cartesianismo.
—Es natural sentir enfado ante la pérdida de un ser querido —contesta el doctor.
—¿Me está diciendo entonces que mi marido está muerto?
—Mi obligación como médico es respetar los deseos del paciente. Si él dice que está muerto, ¿quién soy yo para defender lo contrario?
—¿Entonces no hay nada que hacer?
—Bueno, hay un par de opciones.
—¿Cuáles? —pregunta esperanzada Marta.
—Enterrarlo o incinerarlo.
—¡Pero eso es una salvajada!
—No, es el procedimiento normal. ¿Qué pretende hacer con un muerto? ¿Meterlo en el congelador? No es legal.
—Miguel, que te van a enterrar, ¿es que no vas a decir nada?
—Yo prefiero que me incineren —contesta él.
—¿Pero qué dices?
—Piénsalo: es mucho más práctico e higiénico. Incinerado me puedes guardar en cualquier sitio. Me puedes poner sobre el televisor, por ejemplo, presidiendo la habitación. No puedes hacer lo mismo con un ataúd, no está permitido y además el olor sería insoportable y espantaría a las visitas. Aparte de esto, si me incineran puedes destapar la urna de vez en cuando para que me dé el sol, cosa que no puedes hacer si me entierran en un cementerio. Bueno, sí puedes, pero acabas en comisaría si lo haces. Y la verdad es que prefiero dejar con hambre a los gusanos. Como ves, no hay más que ventajas.

viernes, 10 de julio de 2009

La pereza

Que se levanten otros de la cama, yo me quedo aquí, dijo una mañana Adolfo a Mercedes, su mujer. Ésta se llevó las manos a la cabeza, pues había sido actriz de tragedias griegas en su juventud, y replicó que eso no podía ser, que ni era constructivo ni era nada, que el movimiento se demuestra andando y que a quien madruga, Dios le ayuda. Dios hace cola para chupármela, respondió Adolfo. No, Adolfo, eso no, una cosa es la vagancia y otra, la blasfemia, dijo ella. Él se encogió de hombros y siguió acostado en la cama con la mirada fija en el techo, como si estuvieran emitiendo ahí un programa interesante
Mercedes llamó de inmediato a un médico, que se presentó en la casa con una enfermera sueca que además era modelo de lencería. El doctor auscultó a Adolfo y le hizo decir treinta y tres, después de lo cual admitió que ninguna de las dos cosas servía para un diagnóstico fiable. Podría ser estrés, dictaminó, estrés o la peste negra, a saber.
Insatisfecha con la opinión médica, Mercedes llamó a su vecina, que era curandera y espiritista y convocaba a los muertos en asambleas que se alargaban durante horas. La vecina espolvoreó alrededor de la cama ajo molido para expulsar a los vampiros que habitaran los poros de Adolfo y entonó una letanía en búlgaro, que es un idioma que impresiona mucho a los malos espíritus. Pero Adolfo siguió sin levantarse de la cama, aunque observaba todo lo que pasaba con creciente atención; sobre todo a la enfermera sueca, que, sentada en un rincón, hacía gestos obscenos con una naturalidad encantadora.
Mercedes, ebria de impotencia, se mesó los cabellos, puso los ojos en blanco, se rasgó las vestiduras. La vecina pensó que se trataba de un caso de posesión diabólica, por lo que procedió a arrojarle a la cara excrementos de yak tibetano, algo que les da mucho asco a los demonios y, al parecer, también a Mercedes, que, viéndose cubierta de mierda, vomitó violentamente en el suelo. El doctor aprovechó la confusión reinante para conectar unos electrodos en los pezones de la enfermera sueca y empezó a aplicar pequeñas descargas a intervalos regulares.
Adolfo pensó que no levantarse de la cama había sido una gran idea, pues no recordaba ninguna otra mañana tan animada.

jueves, 9 de julio de 2009

Amores turbios

Llamaron a la puerta. Era ella. Me dijo: he dejado a Juan. Yo disimulé la sorpresa que me causaba su visita y la invité a pasar. Se sentó en el sofá y me dijo lo que todos sabíamos: que Juan era idiota.
—Ya, bueno, pero era idiota desde el primer día —dije yo.
—Sí, aprovecha ahora para regodearte —contestó ella.
—Oye, lo que tenemos en común tú y yo es que nos enamoramos de idiotas.
—Bonita manera de llamarme idiota.
—Pero si sabes que te lo digo de broma. Que yo beso donde pisas y todo eso. Si te quiero a pesar de las ladillas de campeonato que me pegaste aquella vez.
—Aquello fue un accidente.
—Lo sé, nunca te he acusado de premeditación.
—Además, no negarás que valió la pena. Te encantó.
—¿Tener ladillas?
—Follarme, imbécil.
—La verdad es que no me importaría repetir. ¿Tú qué opinas?
—No he venido para eso.
—Ya. Y de todas las personas que conoces en esta ciudad me has elegido a mí para hablar de tu ex. No cuela. A mí me parece que has venido para echar un polvo y, si eso, hablar después.
—Vale, sí. Pero quería que fuera más disimuladamente.
—Sí, que acabáramos en la cama sin saber cómo, pero me parece que estoy demasiado sobrio para eso. Además, nosotros no tenemos necesidad de andarnos por las ramas, ya nos conocemos lo suficiente.
—Bueno, ¿pero podemos hacer como que ha sido un accidente?
—Claro. Tú quítate la ropa, ya buscaremos excusas luego.

miércoles, 8 de julio de 2009

«Between grief and nothing»

Entre el dolor y la nada, yo me quedo con la nada. Salvo que el dolor fueras tú.

martes, 7 de julio de 2009

Irreverencias

—Sí, el papel de chica sumisa se le da muy bien, es uno de sus mayores encantos. Tú no sabes lo bien que sienta que te digan en la cama: haz conmigo lo que quieras. Que te den libertad absoluta. Piensas entonces: de esto hablaba Martin Luther King.

lunes, 6 de julio de 2009

Egolatrías varias

Querida, ya sé que ahora soy un oscuro poeta (y con esto no me refiero a que sea algo agitanado, aunque también), pero piensa que yo te ofrezco la inmortalidad. Podrías ser el objeto central de varias tesis sobre mí en vez de desaparecer junto a otro. Dirían de ti que fuiste la musa que inspiró la obra más importante del siglo XXI; las generaciones futuras ensalzarían tu nombre por los siglos de los siglos; la posteridad, en definitiva, te estaría agradecida eternamente. Y todo esto únicamente por acostarte conmigo esta noche.

domingo, 5 de julio de 2009

Línea caliente

—Información. Dígame.
—Hola, guapa. ¿Qué llevas puesto?
—Oiga, que esto es Información.
—Pues eso, infórmame.
—Que se ha equivocado, esto no es una línea erótica.
—Déjate de juegos y vamos al grano, que la llamada me está costando dinero. Acaríciate los pezones.
—Caballero, le repito que esto es Información, no el teléfono erótico. Y además es un servicio gratuito.
—Ah, ¿es gratis? Mucho mejor. Dime, ¿lo tienes depilado?
—¿Pero es que está usted sordo? ¡Que yo no me dedico a eso!
—No te imaginas lo dura que la tengo ahora, cariño. ¿No te gustaría chupármela? Arriba y abajo, all along the watchtower.
—Es usted un guarro, voy a llamar a la policía.
—Mujer, tampoco hay que ponerse así. ¿Qué ha sido de eso de que el cliente siempre tiene la razón?

sábado, 4 de julio de 2009

El amor era esto

El señor Finisterre acude a la consulta de Madame Retourner, la famosa médium, para contactar con su difunta novia. «La echo de menos, era el amor de mi vida, necesito volver a hablar con ella», le explica. La médium sonríe y, tras cobrar por adelantado, entra en trance en un periquete.
—Bernardo, soy Sofía —anuncia la muerta por la boca de Madame Retourner.
—Hola, cariño —dice el señor Finisterre—. ¿Qué llevas puesto?
—Un sudario y unas cadenas.
—Qué sexy.

viernes, 3 de julio de 2009

Negociando

—Oye, no me has enseñado todavía la carta con la que ganaste el segundo premio ese.
—Es que no he dejado que la lea casi nadie, guapa. Al escribirla pensé que sería mejor contar la verdad en vez de escribir ficción, para que tuviera más fuerza y el jurado la encontrase auténtica. Pero desnudarme emocionalmente de esa manera en realidad no me gusta nada, no me resulta cómodo que todo eso lo lea gente que me conoce. No quiero que sepan lo que me duele. No quiero que sepan que en el fondo soy un romántico.
—Si me dejas leerla, te enseño el culo.
—Vale, trato hecho.

jueves, 2 de julio de 2009

Los muertos

Todos los pasajeros del tren estaban muertos, lo comprendí de pronto. Tan aterradora revelación me abría unos cuantos interrogantes. ¿Significaba eso que yo también estaba muerto? Quizá sí o quizá era la víctima de un error inexcusable. ¿Iba el tren al Infierno? Parecía lógico pensar que los muertos que van al Cielo lo hacen en avión, así que nuestro destino sólo podía ser el Averno. Eso explicaría el aspecto patibulario de muchos de los muertos que me acompañaban en el vagón.
Dispuesto a encontrar respuestas a éstas y otras preguntas, me levanté del asiento en busca del revisor. Lo encontré picándole el billete a un señor de rostro cadavérico.
—Disculpe, creo que ha habido un error.
—Su billete, por favor.
—De eso precisamente quería hablarle. Yo me dirigía a Murcia.
—Eso sería antes de morir, no me interesa. Su billete, por favor.
—Tengo billete para Murcia, si le vale.
—¿Me está diciendo que no tiene billete para este tren?
—Eso mismo le estoy diciendo, por lo visto.
Su cara se convirtió entonces en una máscara de odio y repugnancia satánica que hizo que el terror se apoderara de mí. Tembloroso, le dije algo así como que era una vergüenza la actitud de la juventud actual. Entonces vi que había sacado un largo puñal del bolsillo trasero del pantalón.
—Si no tiene billete, habrá que solucionarlo.
Le golpeé en la cabeza con la carpeta donde llevaba los planos de ampliación de la Biblioteca de Murcia y salí corriendo hacia otro vagón mientras el resto de pasajeros contemplaba con pasmo la escena.
Ya en otro vagón, busqué refugio en un compartimento. Si esto fuera una película de los cincuenta, podría contar que me encontré en él a una guapa mujer que me ayudó a escapar y que en el transcurso de la aventura nos enamoramos. Pero resultó que el compartimento estaba vacío, lo cual era considerablemente más real (aunque lo que estaba pasando no lo parecía). Cerré con pestillo la puerta y me senté, intentando tranquilizarme. ¿Qué hacer?, que diría Lenin. Ahí estaba yo, en un tren lleno de difuntos con destino al infierno y con un revisor dispuesto a que se acabara mi larga relación con la vida.

miércoles, 1 de julio de 2009

La noche del dictador

Un hombre llamado Pedro despierta en mitad de la noche por los gritos de un vecino que aporrea su puerta. Se levanta de la cama, dice a su mujer que intente volver a dormir, se pone la bata, se acerca a la puerta y abre. El vecino, notablemente nervioso, le dice que se dé prisa en escapar, que no tardarán en llegar por él. Pedro le pide que se calme y que le explique de qué está hablando, que no entiende quiénes y por qué van a venir por él. Su vecino le explica como puede que vienen a derrocarle, que es el fin de la dictadura. ¿Qué dictadura?, pregunta Pedro, sin entender nada. La suya, claro está, responde el vecino, aunque Pedro sigue sin entender de qué le está hablando, puesto que él no es un cruel dictador, sino un oficinista que vive con su mujer, profesora de primaria, en un modesto piso. De pronto se escucha por la ventana el ruido de una multitud que se aproxima por la calle. Son ellos, dice el vecino, huya, corra, deprisa. Pedro se asoma a la ventana y observa que los manifestantes vienen armados y gritan cosas como «abajo el tirano, abajo Pedro». Éste mira hacia la puerta de su dormitorio, que está cerrada, y luego a su vecino antes de de decir: «pero mi mujer...». No hay tiempo para eso, ella estará bien, contesta el vecino. Pedro coge de una silla los pantalones y la camisa que había llevado ese día y, con los zapatos en la otra mano, corre escaleras abajo.