miércoles, 3 de junio de 2009

El sueño del soldado

Me agacho junto al río, dejo caer el casco al suelo, me lavo la cara. Tres niños partisanos salen del bosque y me encañonan. Tendrán doce años, como mucho. Hablan entre ellos en serbocroata; discuten qué hacer conmigo. Ellos no lo saben, pero entiendo lo que dicen. Uno quiere matarme allí mismo, a sangre fría, pero el que parece el líder no lo ve honorable. Hay que darme una oportunidad, dice. Yo, la verdad, en ese momento creo que no me importa morir, pero me engaño. Pienso en mi familia en Milán.
El líder saca una moneda y por señas me insta a elegir. Cara o cruz. Elijo el rostro del rey. El niño lanza la moneda. Sale cara. Los otros dos chicos parecen decepcionados, pero el líder les dice que un hombre vale lo que su palabra, una lección aprendida de su padre. Me da la mano y me dice adiós. Vuelven sobre sus pasos, de nuevo al bosque.
Yo cojo mi fusil con calma y les disparo por la espalda.

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