viernes, 15 de mayo de 2009

La chica de ayer

Mi gato, el señor Bigotitos, me observa desde la mesa. Me está juzgando, lo noto en su mirada gatuna. Parece estar preguntándome qué ha sido de la chica de ayer. No la canción de Antonio Vega, sino la chica que conocí anoche en un bar y que con malas artes logré que me acompañara a casa. Se llamaba Amanda, curioso nombre. ¿Palmer?, le dije. Ella me sonrío con tristeza, como diciéndome que esa estupidez la había acompañado toda la vida. No se puede ser original, todo lo escribieron ya los griegos, le dije yo, e intenté subsanar aquello defendiendo posturas audaces ante la vida, posturas sacadas del kamasutra. Tú más que dadá, estás gagá, me dijo ella entre risas. Vale, me la tengo que follar, pensé yo, esto ya es una cuestión de vida o muerte. Le pregunté si quería ver mi colección de sellos y comprendí que ella también quería fornicio al ver que contestaba afirmativamente, aunque de camino a casa me preocupé cuando me preguntó si sabía que el último káiser fue un gran aficionado a la filatelia. Por suerte me estaba tomando el pelo, pues lo siguiente que supe fue que estábamos en la cama efectuando diversas acrobacias sexuales. Tenía un cuerpo firme y glorioso y nos debatíamos en la cama como si fuéramos Ali y Foreman (si Ali y Foreman hubieran estado follando en el ring y no boxeando, claro). Luego empezó a hablarme de algo a lo que apenas presté atención, creo que de sus padres, pero a mí se me cerraban los ojos. Medio dormido como estaba, me preguntó qué me había gustado de ella. Tu mirada de falsedad, musité, me mirabas en el bar como mis novias cuando me decían «te quiero». Por algún motivo, esto ya no le pareció tan divertido y entre las neblinas del sueño me pareció escuchar un portazo. Volverá, pienso yo, pero mi gato me mira como si no estuviera de acuerdo conmigo. Qué sabrá él de humanos, claro. O yo de gatos.

No hay comentarios: