domingo, 15 de marzo de 2009

Polonesas y mazurcas

Ella no era una mujer como las demás, que es algo que dicen todas y suele ser mentira, como en este caso. Pero cuando se levantaba de la cama y se enfrentaba a un nuevo día gris, se decía a sí misma que era especial, que la vida valía la pena porque cada día era una pequeña aventura. Llenaba sus pensamientos, si podemos llamarlos así, de sencillos y fáciles sofismas, de refranes de abuelas, aunque ella no tuvo más abuelas que las cinematográficas. No importaba, la memoria no es más que un lastre cuando es real, es mucho mejor tener una memoria ligera de recuerdos inventados, recuerdos cincelados a golpe de imaginación (o de plagio, que siempre es más útil).
Una mañana llamaron a la puerta. Era Pedro, que nunca llamaba. Así que ella decidió, tras mirar por la mirilla, que no era Pedro y se negó a abrir. De nada le valieron las protestas a él.
Voy a escribir una novela, se dijo otro día, aunque ella no dijo «novela», sino «libro». Voy a escribir un libro, pues. Hizo cuentas de cuánto tiempo le llevaría y llegó a la conclusión de que sería una tarea titánica (y tiránica) y sumamente aburrida. Tendré que economizar palabras, pensó. Decidió eliminar los verbos. Escribió: «Noche oscura. Hombre joven en calle sucia. Chica guapa con paraguas rojo». Le pareció que seguía siendo demasiado largo todo. Decidió eliminar los sustantivos. Escribió: «Oscura. Joven sucia. Guapa rojo». No lo bastante corto todavía. Prescindiré de las vocales, dijo. «Scr. Jvn sc. Gp rj». Escribió toda la tarde.
Unos días después, salió a comprar pan con el libro bajo el brazo. Era domingo por la tarde y las panaderías estaban cerradas, así que se acercó a un local regentado por simpáticos chinos que ponían su mercancía a disposición del público a un precio muy razonable. Hola, Dolores, dijo el chino tras el mostrador. No me llames Dolores, llámame Lola, dijo ella intentando seducirlo. Muy bonita canción, contestó él, aunque ella no sabía de lo que le hablaba, pues vivía en un pequeño mundo compuesto de su apartamento y donde la televisión y la radio carecían de relevancia. Dame una barra de pan, pidió ella en un ejercicio de imaginación. Enseguida, Dolores, contestó el simpático oriental, ¿pero qué es eso que llevas debajo del brazo? ¿Esto? —preguntó ella haciéndose la interesante como cualquier autor que se precie—, es mi libro, lo he escrito en tres tardes. Él puso los ojos como platos, lo que no es fácil para un chino, y preguntó si podía echarle un vistazo. Claro que sí, respondió ella. El tendero chino leyó unas páginas con atención y empezó a sollozar quedamente. Esto es maravilloso, dijo.

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