jueves, 5 de febrero de 2009

El tiempo recobrado

Llaman a la puerta. Abro y me encuentro a un bebé fumando. «Buenos días», me dice, y entra cargando un maletín casi tan grande como él. El bebé se sienta en mi sofá italiano y dice: «soy la infancia que nunca tuvo». «Qué tontería», respondo yo, «si tuve una infancia de lo más feliz». Allí en el campo, con mis tíos, las cabras, las vacas, la fiebre del heno. «Todo mentira», me interrumpe él con gesto severo. «Usted no tuvo infancia, hubo un error y se la dimos a un niño de Singapur, que tuvo dos. Ha sido su psicoanalista quien le ha convencido de que todo aquello pasó, pero sólo ha sucedido en su imaginación. De hecho, ni siquiera tiene usted tíos. ¿Y qué es eso de los animalitos en el campo? Ni que se creyera usted Heidi». Yo disimulo las lágrimas, que no es varonil que a un hombre hecho y derecho le haga llorar un bebé. Aunque sea un hombre sin infancia. El bebé entonces saca unos papeles de su maletín y me hace firmarlos asegurándome que es un contrato de cesión de niñez, que todos los fines de semana tendré un par de horas de la infancia que nunca tuve. «Perdone las molestias causadas», me dice mientras lo acompaño a la puerta, donde nos encontramos a un chaval con un maletín y un grave problema de acné. La adolescencia que nunca tuve, supongo.

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