viernes, 24 de octubre de 2008

Fiebre

Salta la banca a la comba, se desmorona el mundo y poco más. Estoy en la cama con fiebre, que no es una mujer, y con Beatriz, que tampoco es una mujer, pues no existe, me la he inventado. Es un recurso, no sé si administrativo. Se llama Beatriz, pero yo tengo muy poco de Dante. Tienes más de pedante, dice ella, y me empiezo a arrepentir de haberla inventado. Pero tiene unas tetas fabulosas, seamos justos. Suena la radio, que siempre es elegante. Bueno, depende de la música, pero en este caso es buena: Till the morning comes, de Neil Young, una de las canciones más perfectas que se han hecho. I’m only waiting till the morning comes, till the morning comes, till the morning comes
Beatriz se aburre. Yo decido darle conversación. Voy a escribir otro libro. ¿De qué?, pregunta ella. De mis problemas con las mujeres, que diría Robert Crumb. Bah, qué típico, dice. Sí, productos típicos del país, contesto yo. ¿Y cómo se va a llamar?, pregunta. No sé, quizás Pero ya no más literatura. Me suena que eso ya lo has dicho antes. Sí, digo yo, soy un tipo recurrente. Ocurrente sólo a veces, apostilla ella. Oye, podrías ser más amable, ¿no? Yo no tengo la culpa, contesta, me has inventado tú, que quieres hacer humor y literatura. Eso es verdad, admito. Lo cual es poco kantiano, continúa Beatriz, que me usas como un medio, no como un fin. Vale, sí, pero es que no eres una persona de verdad, no existes, eres mi esclava, se podría decir. ¿Y qué pasa con la liberación de la mujer?, se enfada. Eso es para mujeres reales, no inventadas, respondo yo. Esto es discriminación, se queja ella. Pues denúnciame al Instituto de la Irrealidad, qué quieres que te diga.
Ella llora y dice que soy muy cruel. Son las doce de la noche. Tengo fiebre en los ojos.

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