lunes, 26 de mayo de 2008

Auambabuluba

John Thompson se despertó en un pésimo estado. Se despertó en Texas. Este principio sería suficiente para colgar al autor, pero vamos a dejarlo. Como decíamos, John Thompson se despertó en Texas, lo que era sin duda un fenómeno extraordinario, pues él recordaba con claridad haberse acostado en Boston, Massachusetts, que era donde vivía. Cómo había recorrido tan larga distancia sin despertarse era un misterio para él, además de un caso extremo de sonambulismo. ¿Pero cómo sabía que estaba en Texas?, se estará preguntando el astuto lector. Muy fácil, porque la habitación en la que había despertado estaba decorada con motivos texanos. Por si esto no fuera suficiente, que ciertamente no lo era, al mirar por la ventana pudo contemplar el perfil nada familiar de Houston, que tampoco le habría servido para determinar su posición, pero sí el cartel que indicaba la distancia a San Antonio, cartel situado en la carretera y que podía también ver desde su ventana. Así, estaba en Texas o en una broma muy trabajada. Vaya calamidad, se dijo, estoy en Texas y soy votante demócrata. Inspeccionó la habitación en la que se encontraba, por si hallaba alguna pista que le aclarara cómo había llegado allí. Sentado en un rincón de la habitación había un mexicano cubierto con un gran sombrero también mexicano que no dejaba ver sus rasgos. Parecía fumar, o eso o se estaba quemando, pues del sombrero salía humo. Oye, amigo, dijo Thompson en el español paupérrimo que había aprendido escuchando a camareros. El mexicano levantó la cabeza y, además de estar efectivamente fumando, resultó ser un mexicano arquetípico, con un gran bigote a lo Emiliano Zapata. A Thompson, que era profesor en la universidad de Boston, dato que habíamos ocultado hasta ahora por irrelevante, se le pasó por la cabeza que estaba hablando con el mismo México, con la conciencia de México, que el Espíritu Guía de México era Zapata y estaba sentado en una sórdida habitación de Houston, Texas, con él, John Thompson. Era una idea muy idiota, pero fue lo que pensó. ¿Qué mamas, güey?, respondió el hombre de rasgos zapatistas. Pinche pendejo, añadió como si no se hubiera quedado a gusto. Yo mucho perdido, dijo Thompson. Yo Boston, yo no Texas. El mexicano se le quedó mirando con cara de no haber entendido nada, lo que era bastante comprensible, y volvió a cubrirse con su sombrero. Thompson reparó entonces en una posibilidad que no se le había ocurrido antes: quizás estaba secuestrado. Había sido secuestrado por un mexicano en Boston que lo había conducido, después de drogarlo, a esta siniestra habitación texana. O quizás no le había secuestrado el mexicano, tal vez se trataba sólo del guardián. ¿Pero para qué secuestrar a un profesor de didáctica comparada? ¿Lo habrían confundido con otro? ¿Habría quizás otro John Thompson, alguien importante? Sintió de pronto celos de su hipotético tocayo, por tener una vida mejor que la suya, por tratarse de alguien más importante que él a pesar de compartir el mismo nombre, lo que era claramente injusto. Se sintió robado. Luego se dio cuenta de que estaba sacando conclusiones precipitadas y se calmó un poco. Volvió a fijar la atención en el cuarto en el que estaba. Cuatro paredes, mobiliario escaso, decoración texana, una ventana, una cama, un mexicano en un rincón, ninguna puerta. Ninguna puerta, ¿cómo había entrado? ¿Lo habrían metido por la ventana? Se asomó. No parecía posible. Parecía cosa de magia, de magia negra. Quizás había muerto y el Infierno era Texas, eso explicaría muchas cosas. Amigo, volvió a decirle al mexicano, dónde es... the door. ¿The Doors, gringo?, respondió éste, pues ya no existen, órale, que Jim Morrison murió. Thompson no sabía si se estaba burlando de él, pero decidió ignorar al mexicano en lo sucesivo. Puede que esté soñando todo esto, se dijo, quizás sigo cómodamente acostado en mi cama de Boston, porque hay que admitir que la situación en su totalidad es muy extraña. ¿Qué pinta aquí el mexicano, por ejemplo? ¿Y por qué es un mexicano con sombrero típico, poncho y gran bigote? Es decir, ¿no es mucha casualidad que sea el estereotipo clásico? Apuesto cualquier cosa a que se llama Pepe. Está claro que es un producto de mi imaginación, como toda esta situación absurda. Claustrofobia, estado republicano, mexicano estereotipado en un rincón: un sueño, muy vívido, pero un sueño al fin y al cabo. Auambabuluba, dijo de pronto el mexicano, pero Thompson no le prestó atención, inmerso como estaba en sus cavilaciones. Quizás si me concentro consiga despertar, pensó. Cerró los ojos y visualizó la idea de despertar en su cama bostoniana. En casa como en ningún sitio, murmuró. Y John Thompson se despertó en un pésimo estado. Se despertó en Kansas.

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