miércoles, 31 de diciembre de 2008

Contemplando paisajes imaginarios

Sí, ha sido un año raro. Mejor que los dos anteriores (el listón tampoco estaba demasiado alto), pero raro. A tuvo un hijo, me enamoré, gané un primer premio en un concurso de relatos (y otra mención especial en Málagacrea), tuve una crisis vital importantísima (que todavía me dura), vi a Neil Young y a Leonard Cohen, cumplí treinta años (que son muchos más de los que esperaba cumplir en un primer momento), escribí un libro, me lié de nuevo con A y ya son dos años seguidos (en 2009 nos toca de nuevo), estuve en la cama con una chica mientras su ex amante musulmán aporreaba la puerta y, en fin, alguna cosa más y sobreviví a todo ello.
Así se resume un año entero en unas pocas líneas. Podría extenderme, pero, parafraseando a Gorgias, ciertas experiencias son incomunicables. El amor, por ejemplo. No tiene sentido intentar explicar, por ejemplo, que fui más feliz en cinco días con ella que en los cinco años anteriores. O el momento terrorífico, no exento de humor, de pensar: me gusta tanto que está claro que no puede salir bien. O contar aquella vez que se puso a hablar en francés por teléfono con su madre y yo me excité pero me dije: cómo le vas a meter mano mientras habla con su madre, qué clase de pervertido estás hecho. O aquella vez que le dije ma petite cochonne y se hizo la ofendida. O blablablá. No importa. Nadie puede entenderlo.
Por otra parte, el amor no correspondido tiene siempre algo de ridículo.
Y ya está, eso es todo, aquí no hay nada que mirar, apaguen la luz al salir, no hagan ruido, no murmuren a espaldas del autor, que es un autor consagrado (a la tarea de perder). Recuerden que todavía no me ha vencido del todo la vida. Puede que tenga treinta años, pero no estoy calvo, no tengo barriga, no me sale pelo de las orejas (aunque creo que esto último es a edades más avanzadas). Me tumbarán mil veces, que lo harán, y mil veces me levantaré, aunque cada vez más maltrecho y con menos dientes en la sonrisa. Y amaré a mujeres que amarán a otros, pero yo les diré que soy Míchel Noguera, que qué me van a contar a mí, si yo he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...

martes, 30 de diciembre de 2008

Wille zum Leben

Qué cansado estoy de la vida, le digo a un amigo. Yo estoy hecho para otra cosa, todavía no sé para qué, pero cualquier día lo descubro, ya lo verás. El otro día, por ejemplo, me tumbé en la cama un rato a esperar que pasara algo, cualquier cosa, pero no pasó nada. O sí. Estaba escuchando a Leonard Cohen, qué novedad, y cuando cantó aquello de «she says: "my body is the light, my body is the way"», me puse a pensar en una chica que perdí no sé muy bien cómo. Sí, su cuerpo era la luz y el camino, me dije, para mí no había más religión que esa. Así que lo que pasó es que tuve una revelación de algo que ya sabía, lo que no es una gran revelación. Pero estuvo bien pararse a pensar en ello, como si se tratara de un momento importante de mi vida. Claro que estas cosas funcionan mejor en la literatura que en la realidad, pues la vida sigue siendo la misma.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Modas

La gente que vive en casas redondas se queja amargamente. Viva en una casa redonda y libre de esquinas. Diga adiós a los ángulos rectos. Tenga esferas semiindependientes como habitaciones. El mundo como burbuja y viceversa. Cosas así decía la propaganda, pero luego llegó el choque con la realidad, pues resulta bastante difícil encajar muebles de líneas rectas en paredes curvas. Por no hablar de esos suelos tan poco prácticos.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Incisiones

Ella me dice: «¿Sabes? Todas esas cosas que tanto te gustaban de mí, él las detesta». Y yo vuelvo a sentir ese viejo dolor.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ciudades hundidas

Entra mi mujer. Como si esto fuera una obra de teatro, que creo que no lo es. Qué haces, me pregunta. Pienso, le contesto con lo que me parece un gesto sombrío, aunque la iluminación del cuarto es excesiva. En qué, me interroga. Ya me gustaría a mí saberlo, ya, pero no puedo contestar eso, pensaría que le estoy ocultando la verdad, así que miento. En la muerte, respondo. Siempre estás con lo mismo, se queja ella. Yo asiento.

viernes, 26 de diciembre de 2008

En el banco

Yo estaba haciendo cola en el banco. Era verano, creo. Cansado de mirar la coronilla de la vieja que tenía delante, reparé en un cartel que decía: «Estamos todo el tiempo pensando en ti». Es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo, pensé yo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Algo así

Yo reiría si hubiera motivos para reír y amaría si hubiera motivos para amar. Pero no los hay, no hay nada, sólo un lento pasar de los días y las noches hasta que por fin se apagan las luces de una sala de cine vacía.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hipocondrías

Cada vez que leo los síntomas de alguna enfermedad mental, pienso: la tengo. Quizás hacen como con los horóscopos, que los redactan de forma que sirvan para cualquiera.

martes, 23 de diciembre de 2008

Las navidades del señor Belvedere

Al señor Belvedere le importaba mucho su vecina, le importaba productos exóticos que no podía conseguir por vías normales. Este comercio estraperlista pasaba desapercibido para las autoridades, que estaban demasiado ocupadas dirigiendo el país hacia el siglo XX (había todavía un retraso considerable, se esperaba llegar al siglo XXI a mediados del XXII). Entre los productos exóticos que importaba para Belvedere se encontraban artículos como perlas de lluvia venidas de países donde nunca llueve —que es de una canción de Jacques Brel, pero como está muerto no puede demandar al autor de este relato—, sellos corintios, distintas especies de especias (pólvora, azufre, arsénico), popes ortodoxos, hotentotes hugonotes, balalaicas para ambidextros, bulas papales que permitían infringir los diez mandamientos, lencería francesa, chocolate suizo y un sinfín de cosas necesarias para una buena vida.
Sucedió que ese año se adelantó la navidad debido al cambio climático. El 16 de octubre era Nochebuena y Belvedere esperaba un pedido importante para la semana anterior a esa fecha, ya que se había propuesto colmar de regalos a sus familiares como si de un príncipe de cuento se tratara. Pero los días iban pasando y el pedido no llegaba, lo que naturalmente preocupaba a Belvedere, que era un tipo paciente sólo hasta cierto punto, pues esperar eternamente puede ser muy elevado para el espíritu, pero no es nada práctico. Armándose de valor (y de granadas de mano, por si el valor no era suficiente), fue a hablar con su vecina. Ninguna precaución estaba de más, ya que se decía que Virtudes, que así se llamaba la vecina, tenía negocios con diversas mafias internacionales y murcianas. Golpeó la puerta de su apartamento quedamente, como con timidez y esperó durante lo que le pareció una eternidad (recuérdese que era paciente sólo hasta cierto punto). Finalmente se abrió la puerta y en el umbral apareció una nube de humo y rulos. Era Virtudes, que tenía un grave problema de tabaquismo.
—¿Qué te trae por aquí, Belvedere? —preguntó con la voz de ultratumba resultante de tantos cigarrillos.
—¿Qué hay de lo mío? —balbució el interpelado.
—El horror, el horror —contestó ella imitando a Marlon Brando, con quien tenía un extraordinario parecido físico.
Lo que había sucedido, según le explicó, era que unos piratas somalíes habían interceptado el barco que transportaba la mercancía solicitada y ésta, por tanto, no llegaría jamás. ¡Qué desastre!, se lamentó Belvedere. Adiós a la Navidad, no habrá regalos este año, navidades negras. Virtudes, viéndolo tan abatido, intentó consolarlo devolviéndole el dinero, aunque no tenía ninguna obligación legal puesto que no habían firmado ningún contrato, y es que el mercado negro está muy mal regulado. Belvedere le agradeció de corazón tan bello gesto y se despidió de ella. ¿Qué hacer?, se preguntaba mientras volvía a su piso. No podía quedar mal delante de la familia, tendría que improvisar unos regalos aceptables con lo que pudiera encontrar. Se encerró en su piso dispuesto a resolver el problema o morir en el intento.
Como es natural e inevitable, pasaron los días, de forma que por fin llegó Nochebuena. La ciudad estaba engalanada para la ocasión y llena del espíritu navideño propio de una obra de Dickens: pedigüeños famélicos solicitaban limosna, jovencitas se prostituían, niños lisiados morían en las calles. El gobierno no había reparado en gastos este año para conseguir lo que todos deseaban: una navidad de cuento. Belvedere, imbuido del mismo espíritu navideño que inundaba las calles, decidió ir bailando sobre la nieve (que había sido comprada en Finlandia) todo el camino hasta casa de su tío Víctor Hugo. Al llegar a ella, le abrió la puerta la mujer de su tío, Influenza.
—Hola, Belvedere —dijo ella.
—Hola, Influenza —contestó él.
Conscientes de la poca originalidad de sus saludos, decidieron no decirse nada más.
¿Qué me has traído?, gritó de pronto la voz infantil de un niño (los niños suelen tener voces infantiles, pero no está de más insistir en ello). El niño era Tñz, un pequeño indígena que Víctor Hugo había adoptado en uno de sus viajes al Amazonas, pues había aceptado la jubilación aventurera que ofrecía el gobierno para deshacerse de los ancianos que se empeñaban en cobrar sus pensiones (hasta ahora Víctor Hugo había conseguido sobrevivir, lo que resultaba perjudicial para los presupuestos estatales).
—No te lo puedo decir todavía —le explicó Belvedere al pequeño saltimbanqui—, tienes que esperar a la mañana de Navidad, es la tradición.
—Qué rollo —dijo el niño en un ejercicio de precoz heterodoxia.
El tío Víctor Hugo, que a pesar de su nombre se parecía a Tolstoi, bajó las escaleras y dijo algo en polaco, idioma que estudiaba por telepatía. Luego le dio un afectuoso abrazo a su sobrino intentando robarle la cartera, que era una costumbre familiar. Belvedere le abofeteó un par de veces e Influenza anunció que la cena estaba lista. Se sentaron a la mesa y esperaron a que la bendijera uno de los popes que Belvedere había importado ese año, después cenaron excelentes viandas. Influenza dijo que había kiwi de postre. No, gracias, nunca como aves, respondió Belvedere. Todos eran mis hijos, dijo de pronto Víctor Hugo, que gustaba de hacerse el enigmático. Influenza comenzó a sollozar quedamente al recordar que Jesucristo estaba muerto. Tñz preguntó si podían abrir ya los regalos. Decidieron que era buena idea.
Víctor Hugo miró a su mujer a los ojos y le regaló un consejo: nunca consumas alimentos caducados, cariño. Ella le contestó que era un hombre horrible y que ya se lo había advertido su madre, luego le dio el jersey que había tejido para él. Tñz recibió de Influenza un patinete, aunque el niño esperaba una videoconsola. Víctor Hugo dijo: yo te regalo el futuro, hijo mío, es todo tuyo, disfrútalo. A Belvedere le dieron unos calcetines y las gracias por venir.
—¿Y tú qué regalos traes, sobrino? —preguntó Víctor Hugo con su característica voz de barítono.
—Ahora lo veréis —contestó Belvedere.
A su tío le entregó una corbata, pero no una corbata cualquiera, sino una corbata-espada muy práctica (y elegante) para defenderse de maleantes. La había confeccionado cosiendo dos corbatas de manera que ocultaran un machete entre ellas. A Tñz le dio unos ojos de cristal de su colección para que jugara a las canicas (los diferentes iris entusiasmaron al niño). A Influenza le dio la vacuna contra la gripe, matándola al instante. Ante esto, el tío Víctor Hugo encogió los hombros. Tñz, que era jíbaro, encogió la cabeza de la muerta.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Amores locos

No es una loca, no te confundas, hablar así sería decir que es un caso excepcional cuando en realidad es otra loca. Me las regalan, se podría decir. Es como si encontraran mi rastro nada más salir del manicomio y lo siguieran, con la mirada perdida, hasta dar conmigo. Me las imagino asistiendo a sus terapias de grupo con carpetas forradas con mis fotos. Da que pensar este impacto entre la población demente, ¿no te parece? Me gustaría creer que ven en mí la solución a su locura, que para ellas soy una especie de psiquiatra sentimental, pero no me engaño, imagino que la verdadera explicación será aún más absurda, porque quién sabe cómo piensan las locas. Ni ellas. Quizás lo de perseguirme no sea algo inherente a su condición de locas, tal vez se han puesto de acuerdo, como en aquella canción de Kortatu en la que los locos decidían en asamblea que al día siguiente luciría el sol y haría buen tiempo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Imaginería

Colgaré de un árbol del jardín, como una piñata, como un farol chino. Mis pies, quizás, rozarán las briznas de hierba. Me balancearé suavemente, como un niño al que mece con amor su madre, y mi cuerpo será un péndulo que señala dónde crece la mandrágora. Los cuervos se posarán en mi cabeza y picotearán mis ojos. O no, seguro que los vecinos impiden todo esto.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Al teléfono

—Hola, cuánto tiempo, ya pensaba que estabas muerta. He estado mirando la sección de sucesos y todo.
—Pues bastaba con llamarme.
—Ya, lo pensé, pero luego me dije: bah, si está muerta no tiene sentido que la llame.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Aerobic con Hanoi Jane

He pasado la tarde mirando libros que no puedo comprarme. Me vendría bien un trabajo (o ganar un concurso de macramé). Ya podría contratarme alguna revista de tendencias para que escribiera una columna de actualidad. Se lleva la vida, está demodé la muerte. La televisión, qué ver: nada, salvo algunas series yanquis. Música: hablar del enésimo disco que suena igual que un millón de discos anteriores. Criticar a la chica joven con talento que deja el rollo folkie para grabar una mierda de canción con un moderno que no sabe si llevar barba o patillas. O hablar de política. El gobierno: hay que derribarlo siempre. La oposición: hay que derribarla siempre. Escribir de cuando Nietzsche embadurnaba de heces las paredes del manicomio de Basilea. Bueno, eso no es muy actual. Hablar de la destrucción del amor, del cambio climático, de enfermedades venéreas, de campañas subnormales para jóvenes, de la crisis económica, de crucifijos, de zapatazos al presidente de Estados Unidos, de fútbol, de violencia doméstica.
Pasar de puta del Vietcong a vender vídeos de aerobic, ahí está la clave. Hay que saber venderse y yo eso puedo hacerlo muy bien, que ya no creo en nada. El nihilismo es un humanismo y blablablá. Renunciar, al final todo se reduce a eso. Lo cierto es que yo tengo muy poco de zen, aunque me deje convencer por Marina cuando me dice que vaya con ella a meditar a Barcelona. No aguantarás ni un día, me dice, y tiene razón, que yo soy de discutir a los cinco minutos con el líder de la secta. Pero digamos que no, digamos que puedo ser otro, que uno puede y debe crearse como una obra de arte, ya lo decía Foucault, creo. Una obra de arte controvertida y que atente contra las buenas costumbres. O todo lo contrario y recibir subvenciones.
En otro orden de cosas, las calles están llenas de chicas guapas, pero todas van del brazo de otro. Qué extraño es todo.

jueves, 18 de diciembre de 2008

La vida novelada

Yo no sé nada de la vida, por eso me la invento, pero la verdad es que me ha ido muy bien así. Ya son diez años de fabulaciones y todavía no se ha quejado nadie. Es irónico ganarse la vida inventándosela, pero los lectores quieren aventuras exóticas, no una rutina gris como la que también viven ellos. ¿Serían mis novelas un éxito si el protagonista deambulara por las páginas realizando las actividades más aburridas del mundo? Con un horario estricto de tedio, siempre haciendo todo a la misma hora. Esperando a la muerte sin esperarla, porque no va a llegar mañana, ni la semana que viene. ¿Quién querría leer eso?

miércoles, 17 de diciembre de 2008

This time tomorrow

Me abordó en un bar. Me pareció demasiado bonita para ser prostituta, pero no iba a discutir mi buena suerte. Como era de esperar, acabamos en un hotel de mala muerte. Me encendía que fingiera ser tímida y dispuse de su cuerpo con la vehemencia de las grandes ocasiones. «Es la primera vez que hago esto», me dijo luego. «Quería engañar a mi marido, pero pensé que sería mejor hacerlo con un desconocido». «¿Y lo de presentarte como prostituta?», dije yo. «Pensé que agilizaría las cosas. Además, así sacaba algo de provecho, algo más que la simple venganza». «¿Qué te ha hecho tu marido?», le pregunté. «Se acuesta con su secretaria, el muy idiota cree que no lo sé», me contestó. Yo pensé en decirle que era la primera vez que iba de putas, pero me habría notado en la cara que mentía. Nos despedimos frente a la entrada del hotel con un apretón de manos, como si no nos hubiéramos estado revolcando desnudos un momento antes. No le pregunté si nos veríamos de nuevo, algo me decía que no. Pero seguí yendo a aquel bar, por si acaso.

martes, 16 de diciembre de 2008

Cuentos navideños

En estas fechas tan entrañables lo más navideño que hago es acostarme con Belén. A Belén, pastores, dice el villancico. Y eso hago yo, que tengo aspecto de pastor de cabras afgano (la nacionalidad de las cabras es irrelevante, aunque se las supone afganas también por pura coherencia argumental). Entro y salgo de Belén todas las noches, aunque no a ritmo de villancico, que sería un poco aburrido. Así, con cada nuevo encuentro celebramos habernos encontrado y nos decimos que la nuestra es sin duda una bella tradición.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Más aventuras en el país de la psicopatía

Ebrio por las calles de la ciudad llamo a cierta chica, que me dice que vaya a verla. Me presento en su piso y en la cama me cuenta que un compañero del trabajo está obsesionado con ella y que quizás venga más tarde, que la noche anterior lo hizo para contarle su vida. «Es un tipo muy violento, machista y celoso», me cuenta. «Es marroquí y se llama Abdul». «Vaya, ¿no podría ser menos estereotipado?», pregunto yo. A eso de las tres y pico de la mañana llaman al portal. Es él, claro. Antes de que pueda protestar, ella se levanta y va a decirle no sé qué. Vuelve y me cuenta lo que ha pasado. Le ha dicho que no puede dejarle pasar, que su compañera de piso está dormida y que no son horas. Él ha contestado que eso no puede ser, que acaba de pasar por el bar donde trabaja la compañera de piso de marras y estaba allí. Ella se ve obligada a improvisar: «sí, pero no se encontraba bien y ha venido». Él no parece nada convencido, pero se marcha. «Imagina que entra aquí y te ve», me dice ella. «Encima está borracho».
Un par de minutos después, vuelve a llamar. Ella comete de nuevo la imprudencia de ir a ver qué quiere. «Lo vas a pagar», es básicamente todo lo que dice el tal Abdul. Ella vuelve a la cama y ya es hora, que empieza a dolerme la cabeza y lo que me apetece es dormir; es tarde y ya no tengo edad para chorradas de Otelo, el moro de Venecia.
A las cinco de la mañana, o a las cinco y media, vuelve a sonar el timbre del portal. «Que le den por culo, ya se cansará», digo yo. Pero no se cansa, no. Llama insistentemente durante más de media hora, en un alarde de estabilidad mental. Entonces un vecino decide intervenir y lo hace... abriéndole la puerta. En esta parte de la ciudad no hay ni una sola persona cuerda, por lo visto. ¿O acaso es normal abrirle a un psicópata que llama al portal durante cuarenta y cinco minutos? Imagino que el vecino habrá pensado: que la mate ya, pero sin despertar a todo el edificio. Bien, el caso es que ahora tenemos al psicópata en la puerta del piso, llamando al timbre y no tocando alegres melodías, no, sino tocando todo el rato la misma, la sonata del loco, una y otra vez, una y otra vez, como descargando su furia homicida en el timbre. Yo con resaca y un marroquí furioso en la puerta, menuda noche. Empiezo a cabrearme, lo que no es nada juicioso, que me lo imagino de dos metros, de rostro patibulario, con los ojos inyectados en sangre. Da igual, qué cojones, la razón me asiste y me duele la cabeza. Pero como sueño con una muerte mejor, le digo a la chica que llame a la policía, al fin y al cabo sigo midiendo 1,70 y lo único que sé de boxeo es Ali, bomaye.
Afortunadamente para todos, la autoridad competente resuelve la situación a eso de las siete de la mañana.
«¿Escribirás de esto?», me pregunta ella por la tarde. «Sí, supongo que sí», respondo. «¿Ves cómo soy tu musa?», dice con una sonrisa, «te sirvo de inspiración». «Bueno, no sé si tú o el moro», contesto yo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Centro de gravedad permanente

Sólo había estado enamorado una vez, ¿sabes? Al principio pensaba que no volvería a amar porque aquella era una mujer extraordinaria y no encontraría otra igual. Luego cambié de opinión y pasé a pensar que aquel amor era fruto de la juventud, de la ingenuidad, y que ya nunca volvería a sentir nada parecido porque me había convertido en un descreído. Luego te conocí a ti y me complicaste tremendamente la vida, porque me enamoré de ti sin pretenderlo, sabiendo que no me convenías en absoluto. Ahora ya es tarde, el mal está hecho. Lo mejor que podrías hacer es venirte a la cama conmigo.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Muerte y estética

Hay una mancha de sangre en el suelo de la cocina. Es de mi mujer. No ha sido un accidente ni un asesinato, sino un suicidio. Se ha cortado el cuello esta mañana. Hoy es lunes y soy viudo. Miro la mancha como si pudiera entender algo observando su superficie. A ratos hablo con ella, como si pudiera responderme. Virginia, le digo, que así se llama mi mujer, como la prima de Edgar Allan Poe. Pero a mi mujer le gustaba más Sylvia Plath que Poe, decía que había algo muy poético en meter la cabeza en el horno como si ésta fuera el pavo de navidad y las ideas fueran el relleno. Supongo que eso era un aviso, pero no supe verlo. Mañana será martes.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Una vez en Madrid

Recuerdo que en Madrid las prostitutas me invitaban con la mirada, aunque luego seguro que cobraban. No fue el único tipo de prostitución que encontré, pues vi a un hombre frente a la Casa del Libro con un cartel anunciando que escribía poemas por la voluntad. Y no por la voluntad de poder, que diría Nietzsche, sino por unos céntimos. Me pregunté qué tipos de poemas serían, si serían como esos que ofertan para el móvil a eso de las tres de la mañana en la televisión, poemas para retrasados mentales, o si había perfeccionado su técnica de tal manera que, manejando siempre los mismos conceptos, podía pergeñar un poema personalizado en un momento. Poemas como caricaturas o algo así. Pero no sé, no me imagino a nadie yendo a casa y diciendo: mira lo que me ha escrito un señor por veinte céntimos. Aunque quién sabe, la gente es muy rara.

jueves, 11 de diciembre de 2008

El té

—¿Muchos clientes, cariño?
—No, lo de siempre. Tres o cuatro borrachos.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor.
—Así te quitas el sabor de la boca.
—Ya, sé que no te gusta besarme cuando llego del trabajo.
—Lo decía por ti.
—Pues entonces bésame.
—Enseguida, espera que prepare el té.
—Si ya lo sabía yo.
—Entiéndelo, a saber dónde han estado esas pollas antes.
—Te puedo decir dónde han estado hace un momento.
—No, déjalo.
—Sí, mejor. No queremos dañar tu sensibilidad, ¿verdad?
—Sabes perfectamente que es mejor que no me cuentes nada. ¿Cómo voy a escribir cuentos para niños si pienso en las cosas que te hacen cada noche?
—Si al menos te publicaran alguno. El único dinero que entra en esta casa lo gana mi cuerpo.
—Te he dicho un millón de veces que es mal momento para la literatura infantil, yo no tengo la culpa.
—Pues escribe otra cosa, joder.
—No puedo, no se me da bien la literatura adulta.
—Porque te niegas a crecer. Por eso no quieres que te cuente nada, para seguir viviendo en tu fantasía. Toda tu vida es un cuento infantil.
—Sí, casado con una puta, menudo cuento.
—Una actualización de la princesa.
—O de la bruja, más bien.
—Podrían ser las dos a la vez.
—Sí, toda mujer es en el fondo las tres cosas.
—Ten cuidado, te van a salir unos cuentos muy cínicos.
—Cállate de una vez. ¿Cómo quieres el té?
—Sin azúcar.
—Vaya, así terminaría esto si fuera un cuento. Resumiendo lo que es la vida.
—Vete a la mierda.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Siempre con problemas

Aparece de tanto en tanto y no me dice con quién ha estado, aunque no es necesario, yo sé que ha estado con otros y eso basta. Ella actúa, sin embargo, como si me hubiera sido fiel todo este tiempo. Me dice que me ha echado mucho de menos, que ojalá me hubiera tenido cerca para consolarla. Y yo me pregunto a cuántos les dirá lo mismo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Cantan las gaviotas mi muerte y otros sueños de grandeza

Dicen que he cavado mi propia tumba, pero qué sabrán ellos. Yo, pueden ustedes creerlo, no estoy muerto, aunque es verdad que a veces lo parezco. Una vez, sin embargo, me encontré a la muerte en un bar. Era morena, de rasgos delicados. Estaba sola. ¿Esperas a alguien?, le pregunté. Puede que a ti, me contestó con una bella sonrisa. Le dije que tenía los ojos de Constance Dowling y me respondió que se lo decían a menudo. ¿No me invitas a una copa?, me preguntó. Claro, ¿qué quieres?, dije. Lo mismo que tú, contestó. Bien, yo quería sexo, así que me lo tomé como una propuesta indecente. Me acerqué a la barra y me di cuenta de que el camarero estaba muerto, aunque él no lo sabía. Boqueaba como un pez globo en busca de un oxígeno que ya no podía respirar y me miraba sin entender nada. Hice lo que habría hecho cualquiera: pedí dos cervezas.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Noches negras

A la destrucción de la vida, a eso me dedico, le digo como quien habla del tiempo. Ella sonríe y me contesta que ya está bien de tanto malditismo barato, que a quién pretendo engañar, si yo en realidad soy un soñador y un romántico. Sí, claro, me defiendo yo, pero es que los cínicos en el fondo somos unos románticos. O viceversa, a estas horas de la noche nunca me acuerdo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Pequeño museo

El amor nace de la admiración, me dijo un amigo. A mí me han admirado unas cuantas, pero no me ha amado ninguna. Amores abortados que conservo en botes de formol. Pequeño museo de los horrores. Pequeño museo de los errores. A esta de aquí la conocí en una estación de autobuses y en realidad estaba enamorada de su primo. La de la estantería de arriba estaba enamorada de su padre, lo que es bastante común. Pequeño museo de los clichés. La otra no podía querer a nadie, que era una sociópata. Pequeño museo de los trastornos mentales. Esa otra no sé quién era, pero seguro que está ahí por una buena razón.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Hombres y mujeres

—Siempre temo pasarme contigo.
—No te preocupes, nunca te pasas.
—Ah, pues muy mal.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El padre (idea para una película)

Gregorio es un cura de pueblo que lleva una existencia anodina y tranquila hasta que es nombrado Papa en un estudiado movimiento publicitario del cónclave para conectar con la sociedad. La tranquilidad del papado de Gregorio XVII se ve perturbada con la aparición repentina de Alberto, que dice ser su hijo y le exige dinero a cambio de no revelar este dato. Gregorio cede al chantaje, pero éste continúa, por lo que asesina a Alberto y arroja su cadáver al Tíber. Pero Justino, un turista español en la Ciudad Eterna, casualmente lo graba todo con su cámara, lo que le conduce a una crisis de fe. Su mujer intenta convencerle de que destruya la cinta, pues el Papa es infalible y por tanto no puede cometer un crimen imperfecto; Lorena, su hija, le anima a hacer lo correcto: denunciar al Papa. Justino hace caso a su hija, pero en ninguna comisaría romana le toman en serio. Todo esto llega a oídos de Gregorio, que de incógnito busca a Justino para destruir la grabación y acabar con éste si es necesario. Tras muchas penalidades, Justino y su hija toman al asalto los estudios de la RAI y emiten el vídeo en horario de máxima audiencia. Gregorio irrumpe en el plató demasiado tarde y lo único que puede hacer es excomulgar a los televidentes.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Y otras lecciones vitales

No hay diferencia entre estar despierto y ser sonámbulo, pienso cuando me descubro haciendo la enésima cosa que no me interesa lo más mínimo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La última noche

Anoche llovía mucho y yo no estaba de humor para diluvios. Encendí la radio para sentirme acompañado o quizás para imaginar que era un ejecutivo que estaba reunido y que los locutores hablaban sólo para mí. Solipsismos radiofónicos. Me dijeron que España se rompía, lo habitual. Qué fea es España, que seguro que lo dijo alguien antes que yo. Busqué una emisora de canciones para suicidas, pero no encontré nada. Una voz dijo que Jesucristo era un extraterrestre, que no era una forma de vida basada en el carbono, sino quizás en el silicio, y si podía caminar sobre las aguas era porque llevaba en la sangre la gravedad de su planeta de origen. Jesús era de Krypton o algo así. La teología a lo von Däniken es más divertida que la tradicional, pero aun así sigue siendo un auténtico coñazo. Apagué la radio y escuché la lluvia hasta que finalmente me dormí, ya de madrugada.

martes, 2 de diciembre de 2008

La mujer como excusa para la creación artística

Yo te he querido siempre, pero me he negado a decirlo hasta ahora, pues no es agradable que a uno le arrojen su amor a la cara. Yo, como digo, siempre te he querido, y tú, como ya sospecharás a estas alturas, nunca me has querido. No creo que esta falta de amor hacia mi persona te quitara el sueño, aunque nunca se sabe, pero sí afectaba a la calidad del mío, que era claramente tercermundista. Me he dedicado todos estos años de insomnio a quererte sin decirte apenas nada, pero es que tampoco había mucho que decir. Al fin y al cabo, pronto comprendí que tú no eras mi público, eran otros, otros que podrían imaginarte a través de mí. Tú eras una musa severa y silenciosa, yo un escritorzuelo con ínfulas que te utilizaba para ganarme el aplauso de otros. Y la admiración de otras, por qué no decirlo, aunque en secreto yo las despreciaba por no ser capaces de emocionarme como tú. Sólo a Verónica le perdoné no ser tú, no sé si la recordarás, era la chica de la bufanda amarilla. Se reía todo el tiempo, como si estuviera loca.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Just a perfect day

Me pide que vaya yo solo a por los shawarmas, que no le apetece salir de casa. «Junto al Centro Cultural hay unos moros que venden», me dice dándome diez euros. Me siento un poco chico de los recados (y prostituto), pero no digo nada. La dejo desmontando un mueble y me dirijo hacia el local de comida turca con la tranquilidad de saberme escritor desconocido. No me asaltarán admiradoras por el camino, ninguna groupie me arrastrará a un callejón para que la folle contra la pared. Ah, qué paz. De pronto, unos adolescentes que surgen de la nada empiezan a gritarme cosas. Melenas, me llama uno. Yo les ignoro, que ya estoy mayor para estas chorradas y además me superan en número, que tres siempre es más que uno. Me digo que es mejor no abandonar el anonimato apareciendo en internet apaleado. Dejo atrás a los niñatos pendencieros y llego al local de comida turca. Cerrado. Fabuloso. Bueno, no importa, por esta zona hay cientos. Pero todos cerrados, como compruebo enseguida pateándome las calles. No entiendo nada, si es domingo, ¿no se supone que el día festivo para los musulmanes es el viernes? Afortunadamente, encuentro uno abierto a la altura del quinto coño. Durante un instante sopeso la opción de olvidarme de todo y desaparecer con el dinero, seguro que sería divertido, pero al final dejo los experimentos para otro día y compro los shawarmas, aunque me digo que un descuento por lo de Bizancio no estaría mal, no.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Mujeres

—Esta noche salgo sola. Deséame suerte.
—No la necesitas, ellos sí.

sábado, 29 de noviembre de 2008

La ineptitud

Vino a ver cómo me iba. Bien, le dije yo, estoy escribiendo una novela. ¿Cómo se llama?, preguntó. La ineptitud, respondí, que suena a título de Kundera: cuenta cómo los animales criados en cautividad mueren cuando tienen que enfrentarse a la naturaleza salvaje. ¿En serio?, preguntó ella. Más o menos, en realidad hablo de mi vida, contesté yo.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Un largo momento

El fin de la noche. Por algún motivo, pienso en Noches blancas. Ella se marcha y yo me quedo mirándola como un pasmarote. Y me acuerdo de una cosa que dijo una vez Leonard Cohen sobre Suzanne: «¡De pie, de pie, Suzanne está pasando!». Siempre hay referencias a mano.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Actores

Siempre soy el malo de la película. Es a causa de mi rostro, «un rostro que parece cincelado con una motosierra», según un crítico. «Con esa cara nunca podrás ser un galán», me dijo una vez mi agente, «salvo quizás en películas de ciencia-ficción, amor entre engendros del espacio y cosas así, o quizás en un remake de La novia de Frankenstein». Pero no me quejo demasiado, esta cara monstruosa me ha dado de comer bastante bien, aunque haya sido sirviendo al mal en la ficción, lo que, tengo que admitirlo, me ha causado algún quebradero de cabeza en la vida real. Con los vecinos, por ejemplo. La gente se deja influir con facilidad por lo que ve en las películas y enseguida piensa que eres un villano. Te encasillan no sólo en el cine, sino también en la vida. Luego me cuesta una barbaridad convencerles de que soy una persona encantadora, y no sé si lo consigo del todo, quizás piensan que estoy fingiendo y que acabaré con ellos cuando estén desprevenidos, pero cómo saberlo, cómo saber si ellos también están fingiendo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Asesinos

Enciendo un cigarrillo como apago una vida. Y lo contrario. A la hora de morir se ve lo que de verdad vale un hombre. Que es casi nada, se lo puedo decir. Algunos se ponen bravos, pero son los menos. La mayoría suplica, patalea, llora, como si eso fuera a funcionar con alguien. Es un regreso a la niñez, el miedo infantiliza. «Mamá, mamá», incluso dice alguno. Como si la madre fuera un ser divino que pudiera salvarle. «Que venga tu madre y le damos también matarile», les contesto yo, «pero antes nos divertiremos un poco con ella». Imbéciles. Lo mejor es guardar silencio, se lo digo yo. Todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra, porque, vamos a ver, ¿qué demonios puedes decir cuando te van a matar? Algo inteligente, algo que importe. Ya le puedo decir yo que a nosotros nos importa un pimiento que el condenado nos declame un poema o nos diga la lista de la compra. Nos da lo mismo. En todo caso, esperamos que nos divierta, nada más, no que nos convenza de nada. Bastantes cosas tenemos en las que pensar como para que venga un desgraciado a darnos el coñazo.

martes, 25 de noviembre de 2008

Fronteras interiores

Si yo tuviera que elegir algo, si tan sólo dependiera de mi elección, qué otra opción habría sino tú, amor, que eres cálida como la mañana en primavera, cuando uno siente que la vida vuelve a empezar, aunque esto último puede que sea mentira, que lo es, que lo es. Pero qué sabré yo de todo esto, si estoy cada mañana en la cola de los vendedores de mentiras, como decía B.B., que es Bertolt Brecht, no Brigitte Bardot, que sería su némesis, una señora estúpida y fascista, aunque muy guapa de joven. «Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié». Mas esto es de Rimbaud. Mejor estar entre las piernas de la belleza, sin duda. Pero la belleza siempre enreda sus piernas con las de otro, claro, aunque queda la muerte, esa nunca rechaza un baile, siempre tiene tiempo para tomarse una copa contigo. No, no he quedado con nadie, no te preocupes, tenemos toda la noche, te dice. Si no fuera tan fea, si no tuviera carmín en los dientes, que no sabe ni pintarse los labios. Pero no, no, yo elijo otra cosa mientras tanto, elijo la vida mientras decido qué hacer, si es que al final hago algo. No perseguirte más, me digo. ¿Buscarte siempre y no encontrarte nunca? No, es terriblemente fácil. Otros retos, otros ritos (otros rotos, incluso). Al fin y al cabo, yo en realidad no sé nada de ti, así que tengo que inventarte. No te conozco, no te sé. Y te invento como quien se inventa a dios. A oscuras, a solas, de rodillas. If it be your will, como la canción de Leonard Cohen. Pero estar de rodillas nunca ha sido realmente lo mío, lo que a mí me gustaría, lo justo, sería tenerte de rodillas a ti. Y que tuviera que decirte que ya está bien de tanto quitarme la ropa, que uno es humano aunque el ego diga otra cosa. Y decirte también, aunque ya lo sabes, que tes seins sont les seuls obus que j'aime, y se lo robo a Apollinaire como otros me robarán siempre las cosas que te escribo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Capítulo 1549

«Lo mejor sería no vernos», me dice. «Porque cuando te veo quiero que pasen cosas y no puede ser». Suficiente. La cojo del brazo y la atraigo hacia mí. «No, no, no», protesta ella débilmente. Pero se calla cuando la beso y me devuelve el beso con todo su cuerpo. Luego empieza a sentirse fatal por esto. «Soy mala persona, esto no está bien», dice. A mí sus quejas me inspiran una súbita ternura e intento abrazarla. Se revuelve. «Ven aquí, que no te voy a volver a besar». La abrazo y acariciándole el pelo le digo: «qué tonta eres». Ella dice con un hilo de voz: «es que si me tocas me lo pones muy difícil». Cómo no quererla.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Intermedio

Tengo una crisis. Yo funciono así, de vez en cuando me da un aire (ya sé que también me los doy). O vientos alisios. Me alejo de mí para explorar y me vuelvo loco cuando de pronto no reconozco nada de lo que hay a mi alrededor. Quién soy. La esquizofrenia del que trata de ser otro para acabar recogiéndose sobre uno mismo. Como un yoyó. Y uno escribe para que la vida tenga cierta coherencia. O no, ahora mismo no lo sé.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Y otros sistemas de creencias

—Si te digo que te quiero, ¿me crees?
—No, pero es bonito igualmente.
—¿Y yo tampoco me lo puedo creer?
—Claro que sí; el pensamiento es libre.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De difuntos

Que si podía ir al funeral de su marido, eso fue lo que me dijo por teléfono mi ex mujer. A mí me pareció algo fuera de lugar, qué pintaba yo allí, pero ella me recordó mi vieja amistad con el hombre que me había arrebatado a la mujer de mi vida. «Ya sabes que Paco te apreciaba mucho», me dijo, «él no quería hacerte daño, son cosas que pasan». Está bien, tampoco voy a hacerle un feo al muerto, pensé, que no se diga que soy mala persona. Así que allí estaba yo el día del entierro, con un tiempo de perros, pasando frío e intentando consolarme pensando que estaba muerto aquel amigo traidor que se había estado viendo a mis espaldas con mi señora. Paco, no somos nadie, quién te iba a decir que íbamos a acabar así. Seguro que todo te parecía de color de rosa cuando te encamabas con Mercedes, pero ahora tú estás muerto y yo estoy vivo. Y pensar que estuve a punto de matarte por robarme la mujer, cuando sólo tenía que esperar tres años.
Me saludó Mercedes con dos besos y un abrazo. Te acompaño en el sentimiento, dije yo, aunque era mentira. Noté que se me había puesto dura, creo que ella también se dio cuenta, pero no dijo nada. Qué guapa estaba. Maravillosa. Fantaseé durante un rato con la posibilidad de follar con ella sobre alguna tumba. La de Paco, a ser posible. Qué frío está el mármol, diría ella. Polvo eres y en polvo te convertirás, diría yo, por hacerme el gracioso. Pensé también que sería bonito dejarla embarazada, engendrar un hijo en un cementerio, por llevarle la contraria a la vida, por desafiar las reglas de lo normal. Hijo, le diría, a ti te engendramos sobre una tumba, sobre la tumba del difunto marido de tu madre, que antes fue amigo mío. ¿Pero y si el niño me respondía que lo sabía? Lo sé, Antonio, yo estaba allí. ¿Paco? Sí, me he reencarnado en tu hijo, ¿te pareció correcto lo de follarte a mi viuda sobre mi cadáver recién enterrado? Yo qué sabía, Paco, en ese momento me pareció buena idea. Pues fue una canallada, me respondería mi hijo mirándome con los ojos de un muerto. Este niño no está bien, hay que meterlo en un internado, le diría yo luego a Mercedes. Uno con mucha disciplina y castigos corporales.
No, quizás lo del sexo con tu ex mujer tenía más inconvenientes que ventajas. Mejor dejarlo como mera fantasía. Y me quedé mirándola en silencio preguntándome si la ropa interior que llevaba sería también negra.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Carencias

Me está hablando de algo, pero no presto atención. Se presta atención para que luego te la devuelvan, claro, pero tampoco me interesa su atención. No me hace falta su admiración, que gritaba Fernán Gómez en uno de sus berrinches. Pero no es culpa de la chica, soy yo, que estoy muerto por dentro. Mi alma es un erial en el que no puede crecer ningún sentimiento, salvo el hastío, que supongo que es una mala hierba. O una serpiente venenosa. Soy el desierto del Gobi, guapa, no te esfuerces, no pierdas el tiempo, yo tengo la cabeza en otra parte. Aunque podríamos follar, eso siempre ayuda.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Poemas a la muerte de John Dillinger

—Poemas a la muerte de John Dillinger. Número uno: yo, que tantos hombres he sido, y sin embargo.
—¿Sin embargo qué?
—Nada, sólo sin embargo. Embargo de bienes. Bienes raíces. Raíces de mi patria. Patria nuestra que estás en los cielos. Cielos, ¿lo estás apuntando?
—¿Pero eso es el poema?
—Es improvisación. Un happening. Una performance. Poesía viva en el continuo espacio-tiempo.
—Vale, estaré más atento a partir de ahora.
—Pero era el segundo. El primero era el primero: «Yo, que con tantas mujeres he estado, y sin embargo».
—No era así.
—Bueno, pues entonces es el tercero. Apúntalo.
—Es la última vez que soy tu secretario, esto es un sinvivir.
—Por supuesto, es arte. Hay que sufrir. ¿Quieres un par de bofetadas?
—¿Para qué?
—Para sufrir, está claro. Acercarte al arte.
—No, no, lo de poner la otra mejilla nunca ha sido lo mío, mejor soy cronista de tu obra.
—Bien. «Yo, que no sé quién soy, ni quién he sido, y sin embargo».
—Ajá.
—«Yo, que apoyo a la revolución cubana y estoy en contra del embargo».
—Sí.
—«He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura».
—Pero eso es de Ginsberg.
—¿De quién?
—De Allen Ginsberg, un poeta beat. Es bastante famoso.
—¿Crees que alguien se dará cuenta?
—Posiblemente.
—Se puede cambiar. «He contemplado a los mejores hombres de mi generación derrotados por la amargura». ¿Qué tal ahora?
—Se sigue notando bastante.
—Bah, formalismos. Convencionalismos. Clientelismos.
—Lo quitamos, ¿no?
—Sí. Sigo. «Me mirabas con ojos brumosos de embriaguez o quizás de amor, siempre tuve problemas para diferenciar ambas cosas. Yo te dije: crecí sin amigos, sin amor, sin una familia a la que culpar de mi fracaso, pero no grité ninguna de las noches que pasé solo, hasta ahora, que te he conocido. Tengo ganas de gritar todo el tiempo cosas incomprensibles, absurdas. Quiero descolocarte. Descolocarte las cosas de sitio, cambiarte los cuadros de las paredes por versiones infantiles de los mismos, versiones realizadas por mí con rotuladores Carioca, que no sé si siguen existiendo fuera de mis recuerdos. Decirte cuando te despiertes cosas como: ¿te has dado cuenta de que cocktail significa “cola de polla” y todo el mundo lo acepta con naturalidad? Para el coche, contestaste tú».
—Contestaste tú…
—Yo no, ella.
—Ya lo sé, lo estaba leyendo en voz alta.
—«Yo te hablaré en un idioma que no entenderás, puesto que me lo inventaré por completo. Abajo las normas gramaticales, abajo la lógica, el sentido. Muerte a estas líneas que dicto en un manicomio. Muerte a las líneas maestras de mi corazón. Muerte a un futuro teñido de negro. De humor negro. Dillinger ha muerto tiroteado a las puertas de un cine. La verdadera película estaba fuera, pensó un espectador, pero no le devolvieron el dinero. Y hay que morir así. No acribillado a balazos, aunque quizás también, sino haciendo ruido. Con convicción, nada de morir a medias. Que me abatan a tiros, pienso, pues yo no quiero vivir así, con este dolor de no verte. Y sin embargo…».
—¿Qué más?
—Nada más, lo terminamos abruptamente, como un asesinato.

martes, 18 de noviembre de 2008

Silencios

Estoy en Berlín pasando frío junto a la chica. La chica, que es de otro. La beso y la abrazo, pero luego se va a dormir con otro. Qué no haría yo contigo, pienso, pero no lo digo. Qué rubia te has puesto, pienso también, pero tampoco lo digo. Me rompes el corazón cuando sonríes así, cuando te tocas el pelo, pero me callo. Hay que ser Bogart para poder decir ciertas cosas y no hacer el ridículo. Además, tú eres la chica más bonita del mundo y estarás acostumbrada a oír cosas parecidas. Yo siempre quiero ser original, es el deseo de no ser como los demás. Mejor entonces callar y disimular, claro. Aunque bien sabes que te digo cosas peores. «Fúgate conmigo», por ejemplo. «Tengo un avión esperando», aunque es mentira. Se me olvida siempre que esto es la vida real, será por mirarte demasiado. Y más tonterías que callarse. Yo te haría reír, tú me harías escribir una obra insospechada. Yo quiero ser quien te quite el sueño y la ropa.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sombras chinescas

Un grito congelado en la noche, eterno como estos golpes en la pared. Y yo no sé si estoy vivo o despierto. Toda la noche haciendo sombras chinescas. Mira, este eres tú, dice la muerte haciendo un conejo o un perro. O mejor: esto soy yo, dice alguien que se parece a mí. Claro, tiene sentido, una sombra, una sombra de lo que fui. Ya no escribo poemas, eso lo dejo para otros. Hay más poesía en desnudarte que en un verso de Celan.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Epílogo

Dónde quedaron los recuerdos de una vida contigo. En el ayer de otro, quizás.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Encuentros nocturnos

Estoy borracho, así que es sábado. Me llama una chica. Que vaya a su piso, que acaba de salir del trabajo y le apetece casa. Voy. Nos sentamos en el sofá y me dice: estoy muy cansada, ¿quieres ver una peli? ¿Para ver una película me has hecho venir?, contesto yo. Dios, eres tan cínico, dice ella. ¿Qué dices? Si soy puro candor, respondo yo. Después la beso aprovechando que, en caso de rechazo, puedo alegar embriaguez. Le quito la ropa, me quito la ropa. Con cuidado, me dice cuando la penetro, hace mucho que no. ¿En serio? Bueno, «mucho» pueden ser cinco días, reconoce. Cállate, le digo. Me gusta tu boca, dice, y el resto se pierde entre gemidos.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Últimas tardes en la Tierra

Hace tiempo que no escribo de ti, será el clima, que me sienta bien, o quizás las friegas con esencia de pino que me administran unas enfermeras filipinas o tailandesas (no lo tengo claro). Cuesta pensar con dolorosas erecciones. Quizás recuerdes que me iba a comer el mundo a tu lado, si te llegan ecos del pasado como las gaviotas que oigo desde mi ventana. Tú tenías otros planes, claro, yo me vi obligado a improvisar una vida sin ti. Ahora el cielo se vuelve naranja post-nuclear y tengo un vaso vacío en la mano, lo que es toda una declaración de intenciones. Le diré a la enfermera filipina (o tailandesa) que me lo llene. Nos entendemos por señas, sí, pero cómo preguntar por señas a tu interlocutora si es filipina. Tampoco importa demasiado, supongo, pero la curiosidad siempre está ahí. Qué llevarás puesto ahora, me pregunto.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Poetas por la reacción

Pedro Toledo Blanco, poeta y torero, nace en Sevilla en 1918. Miembro de una familia acomodada, recibe una educación excelente, aunque de valores ultramontanos. A la edad de diez años compone sus primeros versos: «En una mañana que no era / me desperté impasible / y sin embargo con hambre». Estos tempranos intentos poéticos no son del agrado del padre, que considera que la literatura es izquierdosa, apátrida y atea. Todo cambia cuando las madres carmelitas responsables de la educación de su hijo le hablan de Santa Teresa de Jesús. A raíz de este episodio, el pequeño Toledo escribe a modo de homenaje: «Vivo sin vivir en mí / vivo en otros que me miran pero no me ven / vivo para desmentir que existo».
La poesía japonesa y otros ámbitos de superación personal se titula la plaquette que, a los dieciséis años, reparte por las iglesias hispalenses para consternación de los feligreses, que no entienden nada. Son años de república, de revuelta en Asturias, años que forman el carácter de Pedro Toledo, que es ya un pequeño ultraderechista. «Las esquinas de las calles son para los amigos que se encuentran, no para las prostitutas», escribe en un poema. Son años también de hormonas desbocadas y primeros amores, pues Toledo se ha enamorado de Pituca, una chica que ha conocido en la iglesia. Es un amor desgraciado y frustrante que amarga a Toledo hasta el extremo de hacerle abandonar la ciudad. Desaparece sin decirle nada a nadie.
Cerca de un año después toma la alternativa en Jaén. Pedro Toledo, torero. El escándalo en la alta sociedad sevillana es mayúsculo. Su familia lo deshereda, pero a él parece no importarle. El mundo taurino aplaude la llegada del nuevo fenómeno de los ruedos. «Por cuatro duros / me juego el pellejo todas las tardes / viviendo sin vivir en mí», escribe.
Entonces estalla la Guerra Civil. Toledo corre raudo a alistarse en el bando franquista a pesar de tener una novia comunista, novia a la que enseguida denuncia a las autoridades. Ella le escribe desde la cárcel suplicándole una ayuda que él desdeñosamente le niega. Pronto es fusilada. Toledo se defenderá después aduciendo que qué sabía él del amor. «Además», añadirá, «estaba demasiado ocupado pegando tiros en el frente, yo también me enfrentaba a pelotones de fusilamiento todos los días en las trincheras».
Pedro Toledo torea con buena fortuna a la muerte. Franco entra en Madrid. Toledo decide entrar en la historia, aunque todavía no sabe cómo hacerlo. Funda una revista de poesía y tauromaquia: El minotauro. Pero escasea el papel y escasean los lectores, los españoles están más interesados en comer que en leer poemas sobre sangre y arena. Son años de carestía.
Rusia es culpable, proclama Serrano Suñer un día de verano de 1941. Alemania ha invadido la Unión Soviética e innumerables voluntarios falangistas se alistan en la División Azul, entre ellos Pedro Toledo, que ve en esto una llamada del destino. Participa en el cerco a Leningrado, que resiste al ejército nazi. Ese invierno Toledo ve la aurora boreal y, según él, a Dios en una isba. «Ningún hombre es una isba», escribe, «sino, en todo caso, una corrala que contiene multitudes vociferantes». El frío, los partisanos, el hambre, todo se une para hacer de Rusia un infierno. Los contraataques soviéticos son constantes y el ánimo de los españoles comienza a decaer, a pesar de los intentos de Pedro Toledo por mantener alta la moral. «Dejadme los T-34 a mí, que los toreo», grita en medio de la batalla, pero el humor no es suficiente para derrotar al Ejército Rojo, que poco a poco hace retroceder a los invasores. En 1943 son repatriados los soldados españoles, pero Toledo no sigue a sus camaradas. Henchido de anticomunismo, ingresa en las SS y se dispone a matar o morir por el Reich de los mil años. «Creo sinceramente que Hitler es el hombre de la Providencia», le escribe a un amigo, «aunque le haya copiado el bigote a Charlot para disimular». Desaparece en la batalla de Berlín, como un Bormann español, pero reaparece en un campo de prisioneros en Siberia. «Soy Pedro Toledo, poeta», declara a un sargento ucraniano que no le presta la menor atención.
Muere corneado por un yak al que intentaba torear para distraer a sus compañeros de cautiverio.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Writers

Se abren las puertas de la percepción y entra Arthur Miller acompañado de una rubia despampanante que responde al nombre artístico de Marilyn Monroe. ¿Ves, cariño?, dice él, las cosas son infinitas. «Pupupidú», contesta ella. En ese momento William Burroughs le vuela la tapa de los sesos a Joan Vollmer. Pero a quién se le ocurre jugar a Guillermo Tell, protesta Jack Kerouac. ¿Jugar a qué?, pregunta Burroughs, confundido. Vernon Sullivan se mira al espejo y se peina con una pistola. Mucho escritor armado veo yo aquí, dice Norman Mailer entre puñalada y puñalada a su mujer. Y todos con problemas con las mujeres, añade Ginsberg, que es homosexual. Además todos somos estadounidenses, apostilla Scott Fitzgerald dándole la medicación a Zelda. Yo no, dice Vernon Sullivan, que se quita el betún de la cara y resulta ser Boris Vian. Creo que estaba más cómodo con un negro que con un francés, responde Norman Mailer.

martes, 11 de noviembre de 2008

Una tarde de domingo

Quizás va siendo ya hora de ponerse de acuerdo con la vida. Firmar una tregua. Probar la coexistencia pacífica. No más drogas y desamor. No más malditismo. No más poemas escritos en tardes de domingo. No más literatura, por favor, no más literatura. No más cinismo: Yes, we can y todo eso. Todos los hombres son mis hermanos. Todas las mujeres son mis hermanas incestuosas. Va siendo hora quizás de probar otra cosa, nos vamos haciendo viejos.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los fracasos tempranos

Katerina, soñé que tuvimos un encuentro inesperado. Yo te propuse que nos viéramos en un hostal del centro. Me registraré con mi nombre de escritor, te dije, que es un tipo mucho más serio que yo, tú puedes registrarte con un nombre falso. Pensaba entonces en aquello que me repetías siempre: «yo te digo que sí a todo», pero esta vez me dijiste que no, a la hora de la verdad dijiste que no. No, eso no, pero te voy a llevar al chino más cutre y auténtico de toda la ciudad, respondiste. La comida china no me gusta tanto como desnudarte, pensé yo, pero no te dije nada.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Je est un autre

Se me acerca un letón y me pide dinero. Un euro. Me cuenta que no tiene suficiente para comprar el billete de cercanías y que su hijo de cuatro años está solo en casa. Me asegura que no me está intentando engañar y para demostrármelo me dejará su pasaporte a cambio del dinero. Un pasaporte letón por un euro. Es un buen trato, pienso, una nueva identidad tan barata. Compro el pasaporte. Ahora soy más joven, nací el 24 de abril de 1984. Qué cantidad de cuatros. Me llamo Dimitri Godmanis. Me pregunto si ahora el supuesto niño de cuatro años que está solo en casa es mío o no. Llevo el Báltico en la mirada.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Literatura

Cartas a Milena. Veintiuno. Blackjack.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Tres dolores en un zapato

Esto es la vida, dice alguien. No, la vida podría ser mucho más. Más que este estajanovismo literario del fracaso. Más que una sucesión de amenazantes amaneceres y nocturnidades etílicas. Si yo quisiera emborracharme de tu cuerpo y otras frases baratas. Pero lo importante es el personaje, claro, aunque fagocite al autor, pues yo ya no sé quién soy y, lo que tiene más gracia, tampoco sé quién he dejado de ser. Escribo esto no sé si ayer, hoy o mañana. Salgo a la calle en busca de historias que contarme. Transidas de dolor, me amenazan las plañideras.

sábado, 1 de noviembre de 2008

What is matter?

Never mind. What is mind? No matter. Y otras preguntas tontas que nos hacemos, sensei. What is love? Baby, don't hurt me, don't hurt me no more. Disquisiciones de borracho, sensei. El otro día una chica me mandó una foto de su culo y yo me dije: así me gusta, basta ya de seducirme con poemas. Otra me dijo que estaba enamorada de mí, pero yo lo achaqué a esa locura femenina que les hace decir una cosa y a los cinco minutos negarla. La tercera chica de mi historia personal de los últimos días fue la de siempre, la primera, la que decidió cambiar mi vida, aunque en realidad ella no decidió nada, fui yo quien la eligió un día. No nos remontemos al principio, hablemos sólo de lo que pasó el día de autos. Estuve en su piso, que era una mezcla de diseño moderno y edificio en ruinas. Una pena todo, con lo bohemia que era, que se vestía un día de azul, otro de rojo, y llevaba bombín cuando tenía dieciséis años. La vida pequeñoburguesa, que lo deteriora todo, incluso el amor. Acabamos, no sé cómo, en una tetería hablando de literatura y de canciones de Jacques Brel que yo le susurraba al oído mientras deslizaba una mano entre sus piernas. Aquí no, me decía ella, pero dónde entonces, preguntaba yo. Siempre la cobardía, sensei, jodiéndolo todo. Si tú quieres a otra, a mí sólo quieres follarme, se quejaba ella, y yo contestaba: de qué me estás hablando, si yo no quiero a nadie.

viernes, 31 de octubre de 2008

Los paraísos artificiales

Recuerdo muy bien 1986, fue un buen año. Empezó en enero y terminó en diciembre. Duró doce meses, por tanto. Ese tiempo lo dediqué a vivir, aunque no era consciente de estar viviendo. Normalmente eres consciente de lo contrario, ya lo decía Unamuno. Y sin embargo, las madres suelen decir como crítica: «Hijo, eres un inconsciente». Qué equivocadas están, bendita sea la inconsciencia. Bien lo saben los drogadictos (ah, los paraísos artificiales, que decía Baudelaire). Aunque ellos toman el camino equivocado, pretenden llegar a la felicidad a través de la inconsciencia cuando la cosa funciona justo al revés, pero qué otra cosa podrían hacer sino intentar engañar a la vida. Tomar un atajo que no es tal, pues sólo es una carretera secundaria. La banca siempre gana, claro.

jueves, 30 de octubre de 2008

Dos dólares en un zapato

Las calles están llenas de vida y la vida, supongo, está llena de calles, sobre todo de callejones sin salida. Hace frío, la gente ha sacado los abrigos del armario, un señor calvo lleva a su hija de la mano, pero en realidad es ella la que le lleva a él. Hay crisis, pero la calle bulle de vida, las tiendas están llenas, hay que consumir. A mí me consume la fiebre de no verte, pero esto ya lo sabíamos, y llevo en crisis desde junio o quizás más. Quizás más. Me he declarado en quiebra, adiós a la transvaloración de los valores, bienvenida la bancarrota, no se puede vivir del amor, que cantaba Calamaro, no se puede vivir de la literatura, no se puede vivir en la literatura.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ofertas de trabajo

Me gustaría contar contigo para un proyecto, un proyecto vital en común. No te voy a engañar, empezarías por abajo, pero las posibilidades de ascender son enormes. De concubina puedes llegar a madre de mis hijos. Por supuesto, se requiere fidelidad absoluta a la empresa, nada de vender los secretos (de alcoba) por ahí, nada de colaborar con la competencia, que es siempre desleal. Por otra parte, el horario es esclavista, pero el sueldo es excelente.

martes, 28 de octubre de 2008

Los mansos heredarán la pena

Soñé que estaba en un hotel con Miss Fotogenia, que era alguna chica guapa anónima. Tomábamos caipiriñas, lo que tiene mérito imaginarlo, pues no sé muy bien lo que llevan, pero, en fin, una vez soñé que hablaba italiano, así que no es tan raro. ¿No te parece que la vida es un cúmulo de despropósitos?, me preguntaba ella. A mí me sorprendió que Miss Fotogenia utilizara términos como «cúmulo» o «despropósitos», pero no era cuestión de protestar por ello, quizás era el alcohol y el clima caribeño, que sientan bien a cuerpo y mente. Llegó un camarero con una bandeja llena de guisantes y me preguntó si quería petits pois. Qué hotel más cutre, protesté yo, ¿no ofrecen caviar o champán? Señor, es para jugar al go, respondió el camarero. ¿A eso no se juega con lentejas?, iba a decir yo, pero ya se había retirado el hombre, quizás dolido por mi falta de gratitud. Apareció entonces Putin, pidió un martini con vodka (mezclado, no agitado) y me preguntó:
—¿Qué sabes de mi país?
Supuse que se trataba de un juego mental, un truco de ex agente del KGB, así que le hablé de Iván el Terrible, Pedro el Grande, Pushkin y Gogol, Dostoievski y Turgueniev (y que el primero le debía dinero al segundo), Tolstoi, Lenin, Trotski, Kamenev, Stalin, Yuri Gagarin, el osito Misha, la perestroika.
Todo eso está muy bien, pero todavía no te he visto en traje de baño, contestó él.

lunes, 27 de octubre de 2008

Escribir cuando te quemas

Y otros ejercicios literarios absolutamente inútiles. He apagado la luz hace un momento pensando en ti, con el recuerdo de tu rostro abriendo una puerta que creía cerrada. Yo no te necesito, pienso, pero qué bien me vendrías. O quizás es al revés: qué mal me vendrías, pero cuánto te necesito. No lo tengo nada claro. Tampoco entiendo por qué no consigo olvidarte, si sé perfectamente que amarte es perder la vida. Pero cuánto me gustaría perderla contigo, dilapidarla juntos a manos llenas. En tus manos encomiendo mi espíritu, que decía el otro. En tus manos encomiendo mi vida, mi cuerpo, mi agostado talento. Todos los sueños rotos en tantas noches.

domingo, 26 de octubre de 2008

Lapsos

Beber para disimular algo que ni siquiera puedes recordar. Anotar lo que ya no tiene remedio. Balbucearte excusas improvisadas. Escribir como si importara. Tararear canciones como diciendo que todo marcha bien. Hoy tampoco.

viernes, 24 de octubre de 2008

Fiebre

Salta la banca a la comba, se desmorona el mundo y poco más. Estoy en la cama con fiebre, que no es una mujer, y con Beatriz, que tampoco es una mujer, pues no existe, me la he inventado. Es un recurso, no sé si administrativo. Se llama Beatriz, pero yo tengo muy poco de Dante. Tienes más de pedante, dice ella, y me empiezo a arrepentir de haberla inventado. Pero tiene unas tetas fabulosas, seamos justos. Suena la radio, que siempre es elegante. Bueno, depende de la música, pero en este caso es buena: Till the morning comes, de Neil Young, una de las canciones más perfectas que se han hecho. I’m only waiting till the morning comes, till the morning comes, till the morning comes
Beatriz se aburre. Yo decido darle conversación. Voy a escribir otro libro. ¿De qué?, pregunta ella. De mis problemas con las mujeres, que diría Robert Crumb. Bah, qué típico, dice. Sí, productos típicos del país, contesto yo. ¿Y cómo se va a llamar?, pregunta. No sé, quizás Pero ya no más literatura. Me suena que eso ya lo has dicho antes. Sí, digo yo, soy un tipo recurrente. Ocurrente sólo a veces, apostilla ella. Oye, podrías ser más amable, ¿no? Yo no tengo la culpa, contesta, me has inventado tú, que quieres hacer humor y literatura. Eso es verdad, admito. Lo cual es poco kantiano, continúa Beatriz, que me usas como un medio, no como un fin. Vale, sí, pero es que no eres una persona de verdad, no existes, eres mi esclava, se podría decir. ¿Y qué pasa con la liberación de la mujer?, se enfada. Eso es para mujeres reales, no inventadas, respondo yo. Esto es discriminación, se queja ella. Pues denúnciame al Instituto de la Irrealidad, qué quieres que te diga.
Ella llora y dice que soy muy cruel. Son las doce de la noche. Tengo fiebre en los ojos.

jueves, 23 de octubre de 2008

La lluvia

Una pertinaz lluvia me cala hasta los huesos. Sesenta y dos kilos de poeta convertidos en un perro mojado. Un rain dog, que cantaba Tom Waits. ¿Por qué no estás con ella?, me pregunta de súbito una voz. Es el hambre, ya nos conocemos. Me alegra que me haga esa pregunta, contesto, pero las razones de mi fracaso son múltiples y de una complejidad que para qué. Para qué, vaya respuesta, ni el peor político. El hambre se me queda mirando con una sonrisa sardónica. Yo decido ignorarlo y sigo braceando en la lluvia con una dignidad envidiable.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Entresueño

Una tarde en una ciudad de un universo incomprensible. Casi es noviembre. Me estoy quitando, pienso, aunque es mentira. Recaigo a cada momento, son muchos años ya. Pasa una chica. La miro. Un vistazo a la vida que se marcha.

martes, 21 de octubre de 2008

Apunte

Esto de estar encerrado en una cabina de proyección es una metáfora de mi vida. Aunque lo de las películas hindúes no sé cómo interpretarlo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Amores subterráneos

Todo el día mirando parquímetros, por hacerle caso a Bob Dylan. No sé si ella aprende algo de esto, pero yo no. Sin embargo, es bonito descubrir la vida con ella. Amarte es descubrir la vida, que le diría yo si me fueran las cursilerías. Debería decírselo por honestidad intelectual, pero elijo no hacerlo y de esa forma elijo por la humanidad entera, ya lo decía Sartre, aunque yo soy más de Camus, igual que más de Truffaut que de Godard. Es necesario ocultar lo que uno siente, la información es poder, muerte a los espías.

domingo, 19 de octubre de 2008

Cazadores furtivos

Viene a verme al trabajo. Es lunes. Me dice que se ha acordado de cuando representó aquí Maribel y la extraña familia. Yo también he pensado en aquello, le digo, recuerdo que al acabar la obra me pareció estar en uno de esos momentos que son decisivos en la vida y pensé: «nunca será mía». Al final, claro, ni momento decisivo ni nada, que fuiste mía, pero entonces me parecía imposible. Eso fue hace diez años, qué rápido pasa el tiempo. Nosotros, que íbamos a estar siempre juntos, pero esto último no lo digo, pues me echaría en cara que me encanta citarme, que es de un poema que escribí hace mucho.
Luego me vuelve a decir que le parece fatal que no quiera publicar Pasos de baile, pero que no importa, que ella lo hará cuando me haya muerto. Veo que das por hecho que moriré antes que tú, contesto yo, y ella se ríe. Después me recrimina una vez más que le dedique libros a otra «por un par de polvos». Sé que intenta provocarme, así que sólo contesto que fueron unos cuantos más. Podría explicarle esto y aquello, lo otro y lo demás, pero es mejor así. Para compensar, acabo contándole peripecias con otras. Todo es muy civilizado entre nosotros ahora, aunque la tensión sexual es evidente. Es raro, pero me doy cuenta de que le sigo gustando a estas alturas de la vida. Tendría que follármela sobre esta tarima de madera mientras en la sala de cine veinte personas ven una película alemana.

sábado, 18 de octubre de 2008

Estética y metafísica

—Lámeme el tatuaje.
—¿Es una parafilia?
—Que lo lamas.
—Me gusta cuando me impones disciplina nacionalsocialista.
—Pero hazme caso.
—Vale, pesada. Ya, ¿estás contenta?
—¿A qué sabe?
—A nada.
—¿No sabe a cereza?
—La verdad es que no.
—Pues debería. Al fin y al cabo, es una cereza.
—Es la representación de una cereza; las cosas no son sólo su apariencia.
—No me vengas ahora con ceci n’est pas une pipe. ¿Dónde has visto tú cerezas que no sepan a cereza?
—Pero es que no es una cereza de verdad, es un dibujo. Sabe a epidermis, a fresca piel humana. Nada más.
—Esto de los tatuajes es una estafa.

viernes, 17 de octubre de 2008

Historia heroica del fracaso

Vivo cantando, decían en una canción de Eurovisión. Yo vivo contando. Vivo para contarme. O me cuento para vivir, no lo tengo claro. Lo dejo todo lleno de frases cortas como golpes secos. Lo dejo todo perdido de frases cortas, aunque suena a mojado. Frases cortas como migas de pan para encontrar el camino de vuelta a casa. Frases cortas que se pierden, claro. Que me pierden. Tengo los bolsillos llenos de frases cortas. Pero ya no más. Ya no más literatura.

jueves, 16 de octubre de 2008

Je t'inventerai des mots insensés que tu comprendras

Yo quisiera decirte al oído palabras de amor (o guarradas, esto está por determinar) a media voz, a media tarde, cuando me apeteciera, que me siento exultante y otras cosas que por pudor no te revelo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Maternidad

—Lo que es innegable es que las únicas lágrimas masculinas que conmueven a una mujer son las de su hijo.
—Pues cuando lo hace a las cinco de la mañana lo que me sale es gritar «joder».
—Ya, pero vas, ¿no?
—Sí.
—Seguro que si me presentara borracho y anhelante en tu portal a las cinco de la mañana no tendría el mismo éxito.

martes, 14 de octubre de 2008

Debes

Cuando rompieron, ella le pidió la cuenta.

lunes, 13 de octubre de 2008

Cinéma vérité

Estoy de proyeccionista en el festival de cine de Benalmádena. Toda la tarde viendo películas, que me suena que lo decían en una canción de Los Planetas o algo así. El que pone las películas de 35 mm es un señor mayor que me cuenta historias de la trastienda cinematográfica. Que antes las películas ardían con facilidad, que lo comprobó empíricamente haciendo una bomba con celuloide y una lata de Coca Cola. Que esto que estamos cargando pesa tanto porque son cinco mil metros de película. Yo por un momento pienso en Cinema Paradiso y me preparo para que me dé valiosas lecciones vitales, pero la verdad es que ya no tengo edad para aprender a vivir y a él sólo le apetece jubilarse. La de horas que he pasado encerrado en una cabina de proyección, me dice. Y no suena música de Ennio Morricone.

domingo, 12 de octubre de 2008

Un macrocosmos en la ciudad

Nuestro protagonista se llamaba Belvedere y salió de su casa la mañana de autos lleno de esperanza y desayuno. Era un hombre de una extensa cultura que se pasaba el día citando, citando a mujeres que nunca se presentaban a la cita o lo hacían a horas que no eran las acordadas, pues nunca se producían los tan deseados encuentros. Pero esta vez iba a ser diferente, se dijo, y se puso a esperar en el parque, en una esquina que había dibujado con tiza. Poco después una chica le preguntó si tenía hora, a lo que Belvedere contestó que no la llevaba encima, pero la tenía en casa, por si le apetecía subir. Ella se lo pensó brevemente y contestó que sí. Se dijo a sí misma que esto era una especie de intercambio de parejas a medias, ya que se había citado en el parque con un hombre que se retrasaba. Se marcharon justo a tiempo, que un vecino que paseaba al perro había denunciado a Belvedere a la policía al tomarlo por una prostituta (por lo de esperar en una esquina, aunque fuera dibujada). De haber esperado más, habrían llegado los antidisturbios y los habrían disuelto como el azúcar en el café de la mañana.
Subieron las escaleras sin decirse nada. Ella le cogió de la mano, él notó que su corazón se desbocaba como un yonqui con síndrome de abstinencia, lo cual era romántico e hípico. Ya en el piso, se sentaron en el sofá y se miraron fijamente a los ojos, como si intentaran hipnotizarse. Ella le preguntó a qué se dedicaba. Belvedere respondió que era anticuario. Yo soy sagitario, menos mal, contestó ella, que había entendido que Belvedere era antiacuario. A él le pareció que era una chica original e impredecible. No queda claro quién empezó a desnudar a quién, pero en un abrir y cerrar de cremalleras y broches estaban revolcándose en la alfombra, que era persa. Gemían como Jesucristo en la cruz, pero se lo pasaban mejor, lo que es un comentario gratuitamente blasfemo por parte del autor. Ella ya no estaba interesada en la hora, aunque esperaba que Belvedere no se corriera demasiado pronto. Por suerte, él había estudiado tantrismo por correspondencia y sabía retrasar la eyaculación durante meses, lo que era muy práctico.
En la ciudad, mientras tanto, había empezado la primavera.

sábado, 11 de octubre de 2008

Crónica

Hoy ha empezado la guerra. O quizás fue ayer. Esto se parece al comienzo de El extranjero, pero no lo es. Tal vez empezó la semana pasada. La guerra todo el tiempo, que escribiera Roger Wolfe. There is a war, que cantara Leonard Cohen. No sé qué hora es, pero no paran de caer las bombas. Así no hay quien duerma.

viernes, 10 de octubre de 2008

Octubre

Ya empieza a hacer frío. Es octubre. Se hace de noche muy pronto. Regreso a casa a pie después de aprender a encender y apagar las luces en una sala de cine. Cenaré algo, cualquier cosa, leeré un rato y luego me meteré entre las sábanas frías de soledad a hacer como que duermo. Señor, no es bueno que el hombre esté solo. ¿De qué sirve todo el judeocristianismo si uno no puede dormir acompañado? Y no me vale cualquier mujer, por si esa prostituta que acaba de salir de la nada y me hace señas la has mandado tú. No es el sexo lo que me preocupa, es el antes, el después. De acuerdo, el durante también me gusta, no te voy a engañar. Pero es bonito dormir abrazado a una mujer. Desayunar entre risas de complicidad no fingida. Echarle mermelada en el escote simplemente porque te apetece, sin ninguna explicación sensata. Hacer planes para el resto del día. Planes de dominación mundial. Yo podría escribir una novela o dos si tuviera una buena mujer, aunque eso sea un oxímoron. Una que perdiera el tiempo conmigo en vez de perderlo con otro. Una que me hablara de poesía francesa a deshoras. Podría hacer una larga lista de reivindicaciones. Es normal ser ateo en estas condiciones.

jueves, 9 de octubre de 2008

Un poco de lluvia a las seis de la tarde

Todos recuerdan mi carrera como cantante melódico. Mis éxitos. Un poco de lluvia a las seis de la tarde, que se convirtió en un himno generacional para jovencitas. Yo no escribía las canciones, aunque la gente creía que sí, en realidad lo hacía un tipo apocado, medio calvo, con gafas y dentadura equina. Un tipo sensible, con poco aguante a la bebida. De vez en cuando le pasaba alguna fan para que se diera un homenaje, pero nunca me lo agradecía. Decía que las mujeres tendrían que adorarle a él, que escribía esas canciones que conseguían emocionarlas, no a mí, que yo era un mero transmisor del mensaje. Un simple profeta de la Palabra. El papel en el que está impresa la novela. Siempre estaba con cosas así, sobre todo cuando bebía. Me caía bien, pese a todo. Hacía que me sintiera orgulloso de mi éxito, un éxito que él anhelaba y jamás tendría, pero que me facilitaba a disgusto.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cinefilia

—Yo a ti te he visto en una película de Bergman.
—Perdona, ¿cómo dices?
—Sí, te pareces a Liv Ullmann. No, a Harriet Andersson, eso es. Podríamos vivir un bonito amor veraniego en los fiordos suecos, aunque los famosos son los noruegos, como Liv Ullmann, que es noruega y no sueca, pero nacida en Tokio. Sin embargo, nuestro amor no se acabaría como en Un verano con Monika, no, nosotros seguiríamos juntos y enamorados, aunque te volverías loca, perderías la cabeza irremisiblemente, como le pasaba a Harriet Andersson en Como en un espejo. Pero no te preocupes, yo cuidaría de ti. No me parezco a Max von Sydow, pero eso no importa.
—Yo a ti te he visto en una película de Rohmer, que hablas mucho.

martes, 7 de octubre de 2008

Not about love

A ella le pareció fatal que le dedicara el libro a otra. «No se tiran a la basura diez años de musa por un año de otra musa», me dijo. Pensé en responder que se dejara de rollos, que sólo habíamos estado juntos el veinte por ciento de esos diez años, pero para qué, si algo he aprendido es a no discutir con mujeres, es más sensato hacerse el loco. No puede entender que yo quiero una musa cercana, un «musarato» conmigo. Soy demasiado viejo para seguir persiguiendo a mujeres de otros. Ya no le encuentro la gracia. Que me persigan ellas, si quieren. O ellos para partirme las piernas. Seguro que al menos es entretenido.

lunes, 6 de octubre de 2008

Cuentos orientales

—Esto del amor es un cuento chino, Gaston.
—Como todo, Pierre.
—Un cuento chino como el rollo zen ese. ¿Y qué es el zen? Pues el vacío, como el amor.
—Pero «zen» es un nombre japonés, no chino.
—Bueno, ya, pero para nosotros, los occidentales, todos los orientales son chinos, así que mi argumento sigue siendo válido.
—Deduzco que no te acostaste con la chica de anoche.
—Deduces bien.
—¿Qué pasó?
—Ella era preciosa, yo estaba borracho. O quizás fuera al revés, pero nos gustamos. Toda la noche nos estuvimos susurrando cosas que, con el ruido que había en el bar, no entendíamos, pero que nos excitaban igualmente, puesto que nos permitía dar rienda suelta a la imaginación. Cuando el local cerró, la acompañé a su casa y durante el camino le hice ver que estaba necesitado de cariño.
—Mal hecho, las mujeres no encuentran nada atractiva la necesidad.
—Lo sé, pero yo apelaba a su instinto maternal dormido para que me consolara.
—Así que querías follártela apelando a su instinto maternal, ¿eh? Nunca me presentes a tu madre, Pierre.

domingo, 5 de octubre de 2008

Cambio de costumbres

Cambio de costumbres. Buenos hábitos. Hacer deporte. Comer sano. Acostarse temprano. ¿Ganar? Cualquier día empiezo.

sábado, 4 de octubre de 2008

Evasiones

Tendríamos que fugarnos, conducir siempre por carreteras secundarias (tú elegirías la música), usar nombres falsos. Tú serías Katerina, yo sería Andrei. O viceversa. Nos detendríamos a almorzar en la campiña; llevarías un vestido blanco que me encargaría de quitarte enseguida, porque quién quiere perder el tiempo en alimentarse cuando estás cerca. Follaríamos bajo los rayos del sol, con el peligro de insolación que conlleva. Nos cubriríamos luego con los restos de tu vestido y comeríamos con apetito. Yo haría como que grabo todos tus gestos con una cámara inexistente, pues nos tomaríamos el pelo sin mesura. Pasaría la vida inadvertidamente, como ha de ser, llevaríamos una existencia alejada de las tragedias cotidianas. Y no me haría falta ponerte un cascabel en la pierna para saberte cerca, me bastaría tu risa.

viernes, 3 de octubre de 2008

Fe

Esta vez va a salir bien, estoy seguro. Las anteriores no cuentan, eran sólo un simulacro, un entrenamiento. Esta es la buena, la de verdad. Tiene que serlo. Claro que sí. Algo me lo dice. Una esperanza ciega. Que la justicia es también ciega y se supone que es una virtud. Esto va a funcionar. Seguro. Al fin va a tener sentido todo esto.

jueves, 2 de octubre de 2008

La lluvia en Berlín no tiene nada de particular

La ciudad. Calles sucias, ruido de tráfico. Un hombre está sentado esperando el autobús. Es el BARDO.

BARDO: Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí.

APUNTADOR: Oiga, que eso es del Tenorio.

BARDO: Da igual, es un homenaje.

APUNTADOR: Pero en el libreto no viene.

BARDO: ¿Por qué oiré voces en esta fría tarde? ¿Será esquizofrenia? Padre, ¿por qué me has abandonado?

APUNTADOR: Y eso es de la Biblia.

BARDO: Callad, voces. Hablo de mi padre, que me abandonó en un orfanato. Recuerdo bien aquel día. El resto es silencio.

APUNTADOR (enfadado): ¡Y ahora Hamlet! Así no se puede trabajar, este tío se pasa el libreto por el forro. ¡Yo dimito!

BARDO (impertérrito): Sic transit gloria mundi. Suavemente, como un suspiro. Sin darte cuenta de lo que sucede.

(Entra una CHICA y se sienta junto al BARDO.)

BARDO (a la CHICA): La lluvia en Berlín no tiene nada de particular.

CHICA: Perdón, ¿cómo dice?

BARDO: La lluvia en Berlín no tiene nada de particular.

CHICA (confusa): ¿Es una contraseña? ¿Es usted un espía?

BARDO: No, soy bardo.

CHICA: ¿En el siglo XXI? (Se aparta un poco de él.) ¿Ha bebido?

BARDO: Señorita, me ofende usted.

CHICA: Perdone. No era mi intención. ¿Qué quiere decir entonces con eso de la lluvia de Berlín?

BARDO: Me pareció una forma original de romper el hielo.

CHICA: Eso tengo que admitirlo, sí. Pero da un poco de miedo.

BARDO: No se queje, la alternativa era: «cantan las ninfas desnudas versos de mi imaginación».

CHICA: Perturbador.

BARDO: Como su belleza.

CHICA: Bueno, me suelen decir que es una belleza masturbadora, así que gracias, es bonita la novedad. Siento haberle llamado borracho.

BARDO: No importa. Además, es verdad que he bebido.

CHICA: Ya decía yo. Es que se le nota.

BARDO: ¿Sí? ¿Qué más me nota? Sea sincera.

CHICA: Pues… En la cara lleva escrito que es usted español. Esa tez cetrina, ese gesto de disgusto, ese metro y setenta centímetros de mala vida.

BARDO: Es usted severa.

CHICA: Es que soy bonita, ¿no lo recuerda?

BARDO: Sí. ¿Quiere que mate por su sonrisa?

CHICA: No es necesario. Soy partidaria de la no violencia.

BARDO: Yo también.

CHICA: ¿Entonces está usted en contra de las corridas de toros?

BARDO: Por supuesto. Los taurinos son todos unos futuristas.

CHICA: No hablemos del futuro, acabamos de conocernos. Dígame, ¿a mí no se me nota nada en la cara? Aparte de que soy guapa, que ambos lo sabemos.

BARDO: Se parece usted a Lili Marleen.

CHICA: Pero si es una canción.

BARDO: Da igual, yo la miro y oigo cantar en alemán.

CHICA: Eso es porque hoy juega el Manchester contra el Bayern de Múnich y está la ciudad llena de aficionados alemanes. Mire, están cantando en ese bar.

BARDO: Qué fea es la realidad incluso cuando es ficción.

CHICA: ¿Qué?

BARDO: No, nada. Que el fútbol es una bonita afición.

CHICA: ¿En serio?

BARDO: No.

CHICA: Viene el autobús. (Se levanta.)

BARDO (sombrío): Como la muerte.

CHICA: Qué melodramático es usted. Sólo es un autobús.

BARDO: Eso es lo que quiere que pensemos. Además, no es el mío. Yo espero al tres.

CHICA: La línea tres no pasa por esta parte de la ciudad, se ha equivocado usted de parada.

BARDO: Ha sido un error del destino, entonces. ¿La volveré a ver?

CHICA: Claro, cada vez que cierre los ojos y me recuerde.

BARDO: Digo en persona.

CHICA: Es posible, seguro que el destino vuelve a equivocarse.

(Telón.)

miércoles, 1 de octubre de 2008

Las eternidades

Nena, moriré pronto, cualquier día de estos, es algo inevitable. «De esto no se muere nadie», dirás tú, «salvo Pavese y algún otro, pero Pavese era eyaculador precoz y tú no lo eres». Vale, es un buen argumento, pero digamos que muero finalmente. ¿Quién te va a escribir estas cosas por las noches? Con este donaire mío. Con estas comparaciones con grandes poetas que me saco de la manga, porque yo lo valgo, que aplaudo cuando me miro al espejo. Porque he de decirte que la vida transcurre difícil mientras tú metes falsos profetas en tu cama. Cuando sé perfectamente que te encanta leerme y preguntarte luego si el texto habla de ti o si es ficción. Y que en secreto piensas cosas como: «me gusta su forma hambrienta de mirarme». Pero yo oficialmente no pienso en ti más que para planear perversiones, no te creas. Oficialmente tampoco es que tú pienses en mí. Pero está bien, aceptamos que son tiempos hostiles. Disimulamos.

martes, 30 de septiembre de 2008

Capítulo 1500

Me decían: «oye, ¿por qué no te autopublicas? Ahora es fácil». Y yo respondía siempre que eso de publicarse uno mismo sólo lo hacían los desgraciados y Walt Whitman, y a mí no me iba lo de escribir poemas sobre Lincoln o mozos de torsos viriles. Pero se me convence fácilmente, como cuando me dicen que quede con esa chica, que me conviene, y luego resulta ser una psicópata. Aunque no me quejo, que la vida sería mucho más aburrida sin tantas decisiones equivocadas. Además, esta vez me lo sugirió la chica más bonita del mundo y yo me rindo siempre ante la belleza. En fin, que yo me celebro y me canto...



lunes, 29 de septiembre de 2008

Beautiful losers

Soy el tipo que nunca se lleva a la chica. En la ficción siempre quedo bien, con mi aire elegante de trágico antihéroe. En la vida real es otra cosa. A lo mejor la elegancia es la misma, pero sería mejor llevarse a la chica. Las victorias estéticas no sirven para la vida. Yo tuve un profesor en la universidad que repetía como un mantra: «la ética es para la vida», lo cual era una frase bastante imbécil, pues no iba a ser para la muerte, digo yo. Bueno, pues la estética no es para la vida, es para la ficción. Claro que esto es debatible, como todo, y alguien me hablará de la belleza intrínseca de las puestas de sol y los arcoíris, por ejemplo. Even damnation is poisoned with rainbows, cantaba Leonard Cohen, que no sé si era una manera de decir que todos somos bisexuales. En realidad pienso todo esto porque me sobra tiempo que perder, porque soy el subproducto de una subcultura suburbana. Subnormal, vaya.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Codas

—Lo que pasa es que ni tú ni yo sabemos vivir, por eso es mejor que estemos con alguien que sí sepa.
—Qué manera tan egoísta de pensar; lo justo sería hundirnos juntos en vez de sabotear a otros.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La infancia

Tenía diez años cuando me casé con Beatriz. Los dos íbamos de blanco, pero no por la boda en sí, sino porque era verano y apretaba el calor. Yo llevaba una camiseta con publicidad de cerveza Heineken, ella no anunciaba nada. Mi hermano Abel hizo de improvisado sacerdote y terminó la ceremonia con un profético Alea iacta est, pues el latín que manejábamos era el que habíamos aprendido en los tebeos de Astérix. Bea y yo nos dimos un casto beso en los labios, después del cual le dije: «ya eres mi mujer». Entonces terminó el verano.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Variaciones sobre el mismo tema

Camino por una cotidianidad en la que no existes. No existes, no eres, salvo para otros, pero qué me importan a mí los otros, si el mundo desaparecerá cuando cierre los ojos por última vez. El infierno son los otros, que dijera Sartre. Yo me dedico a imaginarte detrás de este velo de Maya que es mi vida. Sólo te sueño, nada más.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Remando

Drinking rum and Coca-Cola, que cantaban las Andrew Sisters, veo la vida pasar. Y qué fea es la vida, qué mal vestida va, qué mal huele, incluso. Menos las niñas bonitas, claro, que no pagan dinero. Yo me siento barquero, pero no sé si gondolero o Caronte, que quizás también fuera gondolero, pensándolo bien. Imaginemos lo siguiente: estás en Venecia con una chica —que es preciosa, aprovechando que es una ensoñación— y decidís subir a una góndola como buenos turistas. Una vez en la góndola, descubrís que el que maneja el remo es el barquero de los muertos. Y lamentablemente no es carnaval. Surgen un par de preguntas entonces. La primera es si aceptará euros Caronte. La segunda es qué necesidad había de que la chica fuera guapa en la ensoñación, si al final se ha convertido todo en una pesadilla mitológica. A Caronte —que, por cierto, se parece a Tolstoi— no te atreves a preguntarle. Pero imaginas que te diría algo como: si hay que navegar hacia la muerte, mejor hacerlo con una chica guapa.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Carreras nocturnas

En mi calle trabajan las prostitutas más feas del mundo. Las veo cuando salgo a correr por la noche, que me lo ha recetado el médico. «Salga a correr y vea prostitutas». Bueno, lo último no lo dijo, sólo lo primero. Todas las noches recorro el barrio como una exhalación, como un atleta insomne. Al principio, los yonquis, las putas, sus clientes, todos me miraban mal. Quizás pensaban que era un policía o, ya puestos, un superhéroe, una mezcla de Batman y Flash, pues el caso es que se escondían cuando me veían venir. Ya no, ya se han acostumbrado a mi presencia. Soy un elemento más de la vida nocturna de esta parte de la ciudad. Los yonquis me aplauden, las prostitutas me jalean.

martes, 23 de septiembre de 2008

Vitalismo

Así que la vida era esto, dice ella. Pues no es gran cosa. Las vistas son lamentables, pero podemos poner unas cortinas.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El eterno romántico

Perdona, no he podido dejar de mirarte en toda la noche. Verás, yo soy un artista, un tipo sensible de verdad, y quizás esto es lo que se conoce como síndrome de Stendhal, porque tengo palpitaciones como las señoras mayores. Es a causa de tu belleza, por supuesto. También es ella la que me hace decir tonterías, que en realidad soy un tipo bastante inteligente y muy leído. De hecho, podría hablarte de cosas que te aburrirían hasta el infinito, pero la idea era divertirte para que acabaras conmigo en la cama. Ya sé que es una mala jugada mostrar las cartas antes de tiempo, pero me enseñaron que la sinceridad era una virtud. Lo sé, me engañaron. Pero a una chica tan bonita como tú no habría que ligársela con engaños, ardides y falsas promesas de políticos populistas, sino con actos de revolucionaria honestidad, resistencia pacífica, idealismo a ultranza, hasta la derrota siempre.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Resumen

Decidió ser escritor cuando se dio cuenta de que era un paranoico que estaba todo el rato imaginando cosas.

sábado, 20 de septiembre de 2008

In beauty's disguise

Se ve obligado a disimular delante de la chica a la que quiere. Disimular lo mucho que la quiere. Ocultar que lo que siente por ella no lo había sentido nunca antes por nadie. Callarse que le gustaría tener hijos con ella, cuando antes él quería ser atracador de bancos. A veces le entran ganas de pedirle: «avísame cuando esto se termine sin remedio, que tengo mucho que decirte».

viernes, 19 de septiembre de 2008

La vida como espectáculo

El sufrimiento como arte. El autor es el toro. La vida es el torero. El público son los demás. Que prohíban la Fiesta, grita el autor, que no es Hemingway, aunque también es un hombre barbado. El público aplaude, pues una ejecución no es tan divertida si no hay lucha por parte del condenado. El torero es la vida, pero la vida es también la muerte. En realidad, se dice el autor, la vida está fuera de la plaza, en alguna parte, pero habría que salir de ella para buscarla. Aunque el público no espera eso de él, sino una bonita agonía. Una hermosa y poética muerte. Al autor, sin embargo, le cuesta encontrar la belleza del asunto.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La vida gris (4)

Me compro un traje gris como la vida. Gris marengo. Napoleón tenía un caballo que se llamaba Marengo, por la batalla que ganó en 1800 contra los austriacos. Habría que ser como Napoleón, como defendía Raskolnikov en Crimen y castigo. Napoleón a pequeña escala. El primer paso sería asesinar a una vieja usurera, pero no conozco ninguna. Podría ir preguntando por las residencias de la tercera edad. Hola, quiero ser como Napoleón Bonaparte, ¿tienen alguna ancianita adinerada? Tal vez no sea buena idea del todo. En cualquier caso, ya me parezco algo a Napoleón, pues soy bajito y regordete como él. Quizás el gris marengo no sea tan elegante como la púrpura imperial, pero por algo se empieza.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La vida gris (3)

Cariño, me dice mi mujer, no te olvides de comprar mi crema para las hemorroides. Y salgo a la calle pensando que yo me imaginaba otra vida, no ésta, una en la que me acostaría con mujeres hermosas que no me pedirían cremas para las hemorroides, sino, en todo caso, algo más de lubricante o bien una buena descarga de semen. Todo se estropea, pienso. También yo, que ya no soy el mismo, que estoy medio calvo y fondón. Juventud, divino tesoro, que decía Rubén Darío. Ahora soy un barrigón de ojos tristes que mira pasar a las muchachas en flor. Adónde irán, me pregunto, y enseguida me contesto: a otras vidas, a otras vidas.

martes, 16 de septiembre de 2008

La vida gris (2)

Mi mujer y yo no tenemos hijos, los dos somos estériles. A veces no puedo evitar pensar que eyacular dentro de ella es como llenar de cadáveres una fosa común. Nunca le digo nada de esto, claro, aunque tal vez ella piense cosas parecidas. Quizás tendríamos que haber adoptado. Pienso que una niña china habría alegrado nuestras vidas. Una pequeña maoísta de sonrisa revolucionaria. Mi Pequeña Timonel, la habría llamado yo, y juntos nos habríamos sentado en la cama como si fuera una nave que tuviéramos que guiar entre las olas. Mi mujer habría sido un peligroso tiburón que acecha bajo la superficie, pero nosotros siempre navegaríamos como avezados marinos hasta atracar en buen puerto. Mi niña china. Me pregunto qué vida habrá tenido. Supongo que habrá crecido en la República Popular China sin sospechar que pudo haber tenido unos padres españoles. Quizás ahora trabaja en un prostíbulo de Shanghái y se acuesta por una miseria con sucios marineros. Al final todo está relacionado.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La vida gris

Martínez, me dice el jefe, este informe está mal. Yo asiento con docilidad, lo que es fácil después de veinte años de matrimonio, que es como decir veinte años de manicomio. Han derrotado mi espíritu, que de todos modos tampoco fue nunca demasiado luchador. No se preocupe, jefe, enseguida lo corrijo, contesto sabiéndome patéticamente servil, como un ayuda de cámara colonial. Tendría que liderar una revuelta oficinista, me digo, acabar con este colonialismo del espíritu, todos los hombres son hermanos. Tecleo en el ordenador, corrijo los errores del informe. Manifiesto Oficinista, pienso, eso tendría que estar redactando yo ahora. Guerra de guerrillas. Aguar los cafés. Sabotear las impresoras. Robar las remesas de bolígrafos y papel. Hasta la victoria siempre.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Cumpleaños

—Hola, te llamaba para decirte «feliz cumpleaños» y todo eso.
—Gracias.
—Veintisiete años ya. Qué vieja eres, ¿no te da vergüenza?
—Oye, al menos yo no cumplo treinta la semana que viene.
—Ya, pero hoy estamos hablando de ti.
—Pues igual te ríes, pero cada vez llevo peor lo de cumplir años.
—No me sorprende nada, si cuando te conocí ya estabas preocupada por arrugas y cosas así. Con dieciséis años, ya te vale. Seguro que cuando tengas cuarenta serás cómo una vieja gloria de Hollywood y no saldrás a la calle, no tendrás espejos en casa y dirás a quien esté cerca: «¡Yo era muy grande!».
—Me estás deprimiendo.
—De eso se trata, ¿qué gracia tendría cumplir años si no fuera así?
—Bueno, de todos modos gracias por felicitarme, siempre eres el primero en hacerlo.
—Lo sé, soy el que más mola. En fin, te llamo dentro de un año. Cuídate.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Taconeando

—¿Tú qué tal andas con tacones?
—Muy bien.
—¿Sí?
—Sí. ¿Quieres verme?
—Sí.
—Pero mejor desnuda, ¿no?
Se quita el vestido y el sujetador y se deja puestos el tanga, las medias y, evidentemente, los zapatos de tacón. Camina por la habitación, sale al pasillo, yo la miro atentamente. Estoy admirando el mejor culo del mundo, me digo. Luego se da la vuelta y viene hacia mí y estoy admirando las mejores tetas del mundo. Pienso durante un momento en el mito de Pigmalión, en la estatua de perfecta belleza que se convierte en mujer de carne y hueso. Entonces se detiene frente a mí y, recostada contra la pared, me dice: «ven».

viernes, 12 de septiembre de 2008

Oquedades

Cuánto me gustan las mujeres y qué poco soy capaz de amarlas. Los tipos como yo necesitamos varios corazones: uno grande para el odio, otro para las tristezas y uno pequeño para amar de vez en cuando.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Otredades

—Quizá si hubiéramos sido otros no habríamos disfrutado tanto la victoria como, siendo nosotros, hemos disfrutado la derrota. Bah, no me hagáis caso, es el vino.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Reclamaciones

—Buenos días. Venía a presentar una queja: esta crema para las estrías no me ha hecho ningún efecto.
—Nuestra publicidad no miente: la crema es efectiva en nueve de cada diez mujeres. Ha tenido usted mala suerte.
—Pues mi vecina también la ha probado y con el mismo resultado que yo. Es decir, ninguno.
—Eso es que su vecina es la que falla de otra decena.

martes, 9 de septiembre de 2008

Fiestas de cumpleaños

Septiembre llega como si nada, que cantaba Diego Vasallo. Estoy en casa de L celebrando el cumpleaños de D. Trato de mantenerme a flote en la piscina, lo que no es tan fácil cuando estás borracho y sostienes una copa en una mano. Qué estúpido sería morir ahogado en la piscina, si no soy Brian Jones. «Poeta local muere en fiesta de cumpleaños». «Le habían dado dos menciones especiales». Habría que tener siempre preparada una nota de suicidio, por si acaso. Para quedar bien.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El kiosquero

Mi kiosco es una isla en un mar de soledad. Yo soy como Polifemo, pienso, y ella sólo viene para robarme mis ovejas, que son mis sueños, lo que es muy apropiado, pues para dormir (y, por tanto, soñar) recomiendan contar ovejas. Y me quedo mirándola con mi único ojo cuando se aleja como un esquife de frágil belleza, como Ulises en busca de una Ítaca que no soy yo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Ana

Me tiene harta el tuerto del kiosco con tanto mirarme. Todas las mañanas es la misma historia. Yo sólo quiero comprar el periódico, nada más, pero noto que me come con los ojos. Bueno, con el ojo. Además me olisquea, lo hace ruidosamente, como un perro. Me da mucho asco. Y me dice «hola, Ana», como si fuéramos amigos o algo parecido.

sábado, 6 de septiembre de 2008

La sueca

Una vez me lo hice con un tuerto. Un tuerto español. Yo estaba tomando el sol en la playa, en Torremolinos, y lo vi de pie sobre la arena, oteando el horizonte con su único ojo, como si fuera un faro y tuviera que guiar a los barcos a buen puerto, como una historia de búlgaros tuertos que guiaban a búlgaros ciegos que me contaría más tarde. El caso es que me acerqué a él y le pregunté si era un pirata que buscaba en el horizonte su barco. No soy muy imaginativa, pero sí rubia y guapa, lo que suele funcionar casi siempre, las suecas tenemos mucho éxito en España. Temí que me contestara alguna gilipollez como «no soy pirata, pero tengo una pata de palo» mientras se tocaba la entrepierna, pero era un temor injustificado, pues me contestó muy educadamente que no, que sólo estaba pensando mientras miraba el mar, que le relajaba mucho. Eso sí, su buena educación no le supuso ningún obstáculo para darme un buen repaso visual a las tetas. Yo me pregunté por qué no llevaría un ojo de cristal en vez de ese antiestético parche. O bien una perla, por seguir con las historias de piratas. Pero no le dije nada, claro, todavía no teníamos tanta confianza, aunque mi intención ya era follármelo para poder contar luego que me lo había hecho con un tuerto. No era muy guapo que digamos, pero su exotismo era innegable.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Una mirada singular

Ana huele a pachulí, lo cual es mentira, porque vete tú a saber cómo huele el pachulí, pero queda bien. Yo la miro con mi ojo bueno, el otro lo guardo bajo un parche, lo que también es mentira, en realidad mi otro ojo está perdido en algún lugar del mundo. Bueno, en un sitio concreto del mundo, lo perdí en un bar irlandés, en una partida de dardos. No es que lo hubiera apostado, más bien fue cosa de mala puntería. En fin, yo, como decía, miro a Ana con mi ojo bueno, el otro es un horror que se parece al del viejo de El corazón delator, pues aparte de tuerto soy un tipo muy leído, aunque la verdad es que cuesta leer con un solo ojo, ya no leo tanto como antes. Yo miro a Ana, que me voy por las ramas, que huele a pachulí o no, y me pregunto si le traerá mala suerte que la mire un tuerto. ¿Y si el tuerto fuera jorobado y mientras te mira le tocas la chepa? ¿Se anulan mutuamente la mala y la buena suerte? ¿La paradoja destruye el universo? ¿Sabrá Ana a qué huele el pachulí? También Odín era tuerto, pero yo de nórdico tengo más bien poco, aunque una vez estuve con una sueca, algo es algo. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, dicen. Claro que nunca ha habido un país de ciegos, excepto Bulgaria a principios del siglo XI, cuando fue derrotada por Bizancio, cuyo emperador no tuvo mejor idea que mandar cegar a los soldados búlgaros capturados, pero, eso sí, respetándole un ojo a un soldado de cada cien para que pudieran guiar al resto. Como reinado no es gran cosa, la verdad. Aunque vuelvo a irme por las ramas. Me gusta Ana, se puede resumir así, me gusta mirarla con el ojo que me queda, y huele muy bien, aunque no sé a qué.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Del humor en la clandestinidad

Siempre he estado solo en esto, ni siquiera mi familia entendió mi decisión. Recuerdo la bronca que me echó mi padre cuando me pilló maquillándome frente al espejo. «¿Qué coño estás haciendo?», me gritó. «Papá, quiero ser payaso», contesté yo con la cara pintada de blanco y carmín en los labios. «¿Payaso? Qué vergüenza, habría preferido que me hubieras dicho que eres marica», fue su respuesta. Y me dio una bofetada diciendo que ningún hijo suyo iba a ser el hazmerreír de los demás. A partir de entonces tuve que ocultar mis payasadas, aunque siempre llevaba en el bolsillo una nariz de payaso que me ponía cuando estaba seguro de que no me veía nadie. «Damas y caballeros, el payaso Mandolini», me decía a mí mismo, y el público imaginario aplaudía lleno de entusiasmo.
Un día estaba con mi novia en la cama, charlando después de hacer el amor, y le confesé el sueño de mi vida. Ella al principio pensó que estaba bromeando, pero al darse cuenta de que no era así se horrorizó. «Yo no pienso ser la novia de un payaso», me dijo, «¿qué va a pensar la gente de mí». «Que estás con un artista de verdad», contesté yo. Pero no sirvió de nada, fue llorando a explicarles a sus padres que su novio era un monstruo. Aquel día se acabó lo nuestro y entendí lo del payaso triste. Hice entonces lo único que se me ocurrió para levantarme el ánimo. Me puse la nariz frente al espejo y ensayé diversas muecas.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ripios

Dicen que he muerto y quizás sea cierto. De mí sólo queda una colección de recuerdos que en primera instancia ni siquiera eran míos. Recuerdos robados, que no inventados, pues nada más propio que lo imaginado. Recuerdo los días del Liceo Italiano. Petrarca, Dante, Pavese. La primera novia, que se llamaba Violeta. Que me decía: «todos los poemas que me escribes hablan de ti, no sé qué pensar». Para compensar le escribí un breve poemario (apenas veinte poemas) titulado: Violentando a Violeta. Una chiquillada. He leído demasiado, Violeta. Estoy loco. Y no hay manera de apagar esta sed, no sé si de cordura o si de más locura. Pienso en la danza de los espíritus, en Toro Sentado asesinado como lo fue antes Caballo Loco. El deseo de ser piel roja. El mito de ser piel roja. Esta década de los noventa tan extraña. El grunge y la generación X. El año 2000, que no significa nada. Las tardes pasadas leyendo los poemas de heroína de Eduardo Haro. Goytisolo salta por la ventana un día de marzo de 1999. Palabras para Julia, pero no para él. A veces gran amor, pero no las suficientes. Pero uno ha de vivir para negarse, también se negó Rimbaud. La poesía es una alquimia que nunca encuentra la piedra filosofal. Y me digo que esto es poesía como me digo que esto es amor, aunque el amor sea cosa de otros. Pienso en el príncipe Myshkin relatando la angustia del condenado a muerte. Pienso en Nietzsche abrazando al caballo del sueño de Raskolnikov. Pienso en Arturo Belano, que desaparece en África como Rimbaud, porque el que vuelve a Europa a morir no es Rimbaud, es un impostor, alguien que ha usurpado su identidad, otro caso Martin Guerre. El martirio del héroe, que no puede decepcionar al público, ha de morir puro, no vivir corrupto como los demás. Rigaut muere cómodamente. Pavese llama a una chica, la invita a cenar, ella rechaza la invitación, luego llama a otras dos con el mismo resultado, después se suicida. El fracaso está siempre lleno de gestos irónicos. «Es como una sinfonía la música del acabamiento», dice Leopoldo María Panero en un poema. Escribir es ser un adolescente toda la vida. Noches perdidas, eso es la literatura, le dije a una chica que prefería pasar sus noches con otro. Esta nada interminable que lo es todo. Esta repetición constante de viejos pensamientos. Pero ya no más literatura.