lunes, 15 de octubre de 2007

Por la tarde

Llamaron a la puerta. Era ella. Venía a decirme adiós, pues se había enterado de que me marchaba del país al día siguiente. Le dije que se sentara a tomar algo. Llevaba un vestido muy corto, tenía unas piernas admirables. Ella se dio cuenta de cómo la miraba, pero no dijo nada. Ya estaba acostumbrada, supongo. Serví el té. Bebió el suyo en sorbos cortos. Yo la estudiaba mientras apuraba mi taza. Cuello perfecto, orejas delicadas, piel dorada. No debería estar aquí, dijo de pronto. Y se marchó.

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