lunes, 24 de septiembre de 2007

A media luz

He hipotecado todo en sueños de legitimidad, pero no volveré a reinar, dijo antes de apurar la enésima copa de la noche. No le quedaban fuerzas para luchar, aunque muy en el fondo sabía que tenía razón y que en algún lugar, de algún modo, se podía conseguir todo aquello que para otros no eran más que meras fantasías. Pero este pensamiento sólo servía para deprimirlo más. ¿Qué control había tenido sobre su vida? La existencia era una lucha contra la soledad que casi siempre se perdía. Algunos pocos no estaban solos, aunque fueran muchos quienes se consolaban diciendo que nadie encontraba a nadie. No era cierto y lo sabía. Él siempre lo había dado todo, aunque no hubiera recibido nada a cambio. Por lo tanto, sólo tenía que haber encontrado a alguien como él, y era estúpido pensar que era un ejemplar único. Sólo hubiera necesitado un golpe de suerte.

Había elegido siempre mal, es cierto, pero es que siempre era la misma dicotomía: soledad total o soledad compartida. A veces le parecía mejor una que la otra, en otras ocasiones no tenía demasiado claro que hubiera alguna diferencia. Además, tenía que elegir siempre a quien ya le había elegido, era una elección dirigida. ¿Pero para qué servía él? ¿Era culpa suya que sus mujeres no le amaran y soñaran con otros? Le parecía a veces que todos los intentos de comunicación eran contraproducentes, quizás habría sido mejor no abrirse jamás y crearse de ese modo un halo de misterio que lo hiciera interesante. Al final la humanidad entera tiene 15 años, se dijo. Ella amaba al guapo, al popular, el que era todo lo que una mujer podía desear. Así de deprimente era relacionarse con otros seres humanos.

No era él quién vivía en el pasado, era el pasado quién vivía en él. Y otros lemas publicitarios subnormales. Él, en realidad, vivía obsesionado con todas las posibilidades que nunca habían existido.

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