Caía la tarde y, al doblar la esquina, una tristísima música de clarinete me envolvió. Me giré y vi que procedía de un músico ambulante. Me detuve en el paso de cebra, esperé a que el semáforo se pusiera en verde y, mientras cruzaba, se ocultaba el sol y me iba alejando de la música, pensé: "este sería un buen final".
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