martes, 26 de abril de 2005

La vida en Sodoma

(Publicado originalmente en El Otro Diario)

La aprobación hace unos días en el Congreso del matrimonio entre homosexuales ya ha provocado las primeras reacciones entre el clero de Este País: no, no han acudido en masa a los juzgados para casarse, en parte porque la ley todavía tiene que pasar por el Senado y en parte porque son un poco tímidos. Las reacciones han sido las que se esperaban: para empezar, pedir a los funcionarios católicos que se nieguen a casar homosexuales por razones de conciencia. Una respuesta inteligente por parte del Gobierno sería cerrar el flujo de dinero estatal para la Iglesia Católica alegando “razones de conciencia”. Como personas coherentes, deberían aceptarlo. Además, eso de que el Estado subvencione a la Iglesia se puede entender como una forma de pérfido comunismo, qué quieren que les diga, y ya sabemos lo que piensa la Iglesia del comunismo.

También dice la Iglesia que el matrimonio es únicamente la unión ante Dios entre un hombre y una mujer y que el matrimonio homosexual es una aberración que ataca a tan sagrado concepto. Extraña, sin duda, el empeño de la Iglesia por apropiarse del concepto de matrimonio, como si los paganos no se casaran antes del cristianismo (por lo visto, romanos y griegos vivían en concubinato, lo que confirma que cualquier tiempo pasado fue mejor). Hay quien se pregunta indignado que cómo se van a casar los homosexuales, si desde tiempos inmemoriales el matrimonio siempre ha sido cosa de un hombre y una mujer (o más, en el caso de que haya amantes), forma de razonar con la que grandes hombres del pasado defendieron la esclavitud, el feudalismo, la segregación racial, el absolutismo, la situación subordinada de la mujer (¡pero cómo va a votar la mujer, si nunca lo ha hecho!), etc.

Alguna que otra crítica exige que no se use la palabra “matrimonio” para las uniones civiles entre homosexuales, que todavía hay clases, y que el matrimonio homosexual se debería calificar como “unión civil” o buscar algún otro nombre alternativo por lo que comento un poco más arriba: la apropiación del concepto de matrimonio por parte de la Iglesia y la derecha católica. Así, su sensibilidad no se vería afectada y el matrimonio bueno sería el suyo, el de toda la vida y consagrado ante Dios, mientras que lo de los homosexuales no sería más que una unión civil cutre, ya que sería un grave insulto equipararlos. Hay quien pretende disimular y centra su crítica en que no se puede usar la palabra “matrimonio” para una unión en la que no hay ninguna madre, lo que demuestra que muchos cuando piensan en las bodas entre homosexuales sólo se imaginan a Boris Izaguirre y Jesús Vázquez besándose. Imagino que el concepto “lesbiana” es demasiado complejo para algunas mentes. Es más, ¿qué mejor matrimonio que la unión de dos madres? Bromas aparte, a lo mejor deberíamos revisar entonces el término “patrimonio”.

Otra crítica relacionada con el espinoso asunto de la palabreja “matrimonio” se manifiesta erigiéndose como guardián del idioma, esgrimiendo el diccionario de la RAE y gritando bien alto que la Real Academia de la Lengua define el matrimonio únicamente como la unión entre un hombre y una mujer. Imagino que sería una pérdida de tiempo explicar a estas personas que difícilmente un diccionario puede recoger la acepción de un término antes de que esta acepción sea una realidad.

Y esto es sólo el principio, amigos. Me parece ya estar viendo manifestaciones convocadas por el PP con pancartas que dicen “Zapatero nos quiere obligar a casarnos con otros hombres”...

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