martes, 15 de febrero de 2005

Las tetas de silicona

(Publicado originalmente en El Otro Diario)

Hace unos días mi ex novia me escribió airada por unos comentarios que dejé en mi blog (del cual no haré publicidad aquí, y no por falta de ganas) en los que contaba que una amiga suya se había operado las tetas. Ella opinaba que estaba muy feo que gritara que el emperador está desnudo, comentario populista con el que intento ganarme su favor, queridos lectores. Ahora un poco más en serio, pero no demasiado, me costaba entender que estuviera bien desde un punto de vista moral que esa chica fuera por ahí afirmando que sus tetas son naturales, cuando un poco de empirismo lo desmentía, y que en cambio estuviera mal que uno dijera la verdad evidente para todos menos para los que se han criado a base de revistas guarras y películas porno (también es mi caso, pero hace un par de años aprendí a diferenciar entre realidad y ficción... más o menos).

El caso es que dediqué un buen número de horas a pensar en las tetas de su amiga. En un intento de comprender su punto de vista, no piensen mal. Finalmente me dije que tal vez no era un error querer vivir una fantasía. Pensé en Amélie, en tantas obras literarias. ¿Quién era yo para decirle a una mujer si sus pechos eran naturales o no? Es más, ¿qué es la realidad? ¿Qué son los pechos? Bueno, esta última me la sé. Al fin y al cabo, todos nos ponemos una máscara en algún momento de nuestra vida e interpretamos un papel que legítimamente no nos corresponde. ¿Pero acaso dejamos que la realidad se imponga a nuestros sueños? Hace poco un lector furioso me escribía para preguntarme dónde conseguí el título de periodista. Mi respuesta es que no lo tengo, pero salí durante dos años y pico con una estudiante de Comunicación Audiovisual y me pasaba bastante a menudo por su facultad. Sé que es un currículum muy pobre, pero no es de los peores de este diario (ahora tendremos algo de lo que hablar en la próxima comida de empresa).

En definitiva, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, a ser posible con buena puntería. Porque, ¿no dicen los políticos que trabajan por nosotros? ¿Y les matamos por mentirnos (y no es por dar ideas)? ¿Quién no ha exagerado alguna vez al contar a los amiguetes los ligues? ¿Qué mujer no ha fingido alguna vez un orgasmo? ¿A quién no se le han muerto ya por lo menos siete abuelas para poder faltar al trabajo?

Supongo que, en el fondo, todos tenemos tetas de silicona y no queremos que nadie lo sepa.

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